top of page

Lecturas

P. Félix López, S.H.M.

Las lecturas son fragmentos tomados de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Son el elemento más importante de la Liturgia de la Palabra por las razones siguientes:

1- Evocan, anuncian y, en cierto modo, actualizan las maravillas realizadas por Dios en toda la Historia de Salvación. 

2- Dios sigue hablando por ellas a los hombres de cada lugar y tiempo. 

3- En ellas y por ellas Cristo se hace presente.

 

4- De ellas se alimenta la fe de los fieles para participar con fruto en la ofrenda y comunión del sacrificio de Cristo.

 

5- La comunidad reunida para la Eucaristía recibe de ellas una gran enseñanza sobre los misterios cristianos.

 

En las primeras celebraciones no existía otro criterio que leer la Sagrada Escritura. Para el Antiguo Testamento se leían una serie de pasajes escogidos procedentes del culto que se realizaba en la sinagoga. Para el Nuevo Testamento se escogía la lectura continua, al menos de las cartas apostólicas, sobre todo S. Pablo. La extensión de la lectura dependía del tiempo y la establecía el obispo. A partir del S. VI existen ya libros que contienen las lecturas (leccionarios). En algunas partes se hacían tres lecturas como en Milán, Hispania o las Galias. En Roma se leían dos.

El ministro de las lecturas no evangélicas es el lector. La lectura del Evangelio corresponde al diácono. Si no hay diácono u otro sacerdote, el sacerdote celebrante leerá el Evangelio.

Lugar y modo de proclamar las lecturas

 

Las lecturas se proclaman desde el ambón, que debe estar situado en la nave de la iglesia en un lugar fijo y elevado, y dispuesto con la dignidad y nobleza que exigen la Palabra de Dios y la participación de los fieles. Conviene que, al menos los días solemnes, esté sobriamente adornado. Además debe reservarse, por su misma naturaleza, a las lecturas, al salmo responsorial y al pregón pascual; la homilía y la oración de los fieles también pueden hacerse en el ambón; en cambio no es aconsejable que otras personas suban al ambón, como por ejemplo el comentador, el cantor o el que dirige el canto.

En cuanto a la proclamación de las lecturas, los lectores deben hacerlo en voz alta y clara, y con conocimiento de lo que leen; es decir, con dominio de los contenidos y de las técnicas de comunicación.

El Vaticano II afirma que «la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo» (DV 21). En efecto, al Libro sagrado se presta en el ambón -como al símbolo de la presencia de Cristo Maestro- los mismos signos de veneración que se atribuyen al Cuerpo de Cristo en el al-tar. Así, en las celebraciones solemnes, si el altar se besa, se inciensa y se adorna con luces, en honor de Cristo, Pan de vida, también el leccionario en el ambón se besa, se inciensa y se rodea de luces, honrando a Cristo, Palabra de vida. La Iglesia confiesa así con expresivos signos que ahí está Cristo, y que es Él mismo quien, a través del sacerdote o de los lectores, «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25).

Evangelio

 

El Evangelio es el momento más alto de la liturgia de la Palabra. Ante los fieles congregados en la Eucaristía, «Cristo hoy anuncia su Evangelio» (SC 33), y a veinte siglos de distancia histórica, podemos escuchar nosotros su palabra con la misma realidad que quienes le oyeron entonces en Palestina; aunque ahora, sin duda, con más luz y más ayuda del Espíritu Santo. El momento es, de suyo, muy solemne, y todas las palabras y gestos previstos están llenos de muy alta significación: 

«Mientras se entona el Aleluya u otro canto, el sacerdote, si se emplea el incienso, lo pone en el incensario. Luego, con las manos juntas e inclinado ante el altar, dice en secreto el Purifica mi corazón [y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio]. Después toma el libro de los evangelios, y precedido por los ministros, que pueden llevar el incienso y los candeleros, se acerca al ambón. Llegado al ambón, el sacerdote abre el libro y dice: El Señor esté con vosotros, y en seguida: Lectura del santo Evangelio..., haciendo la cruz sobre el libro con el pulgar, y luego sobre su propia frente, boca y pecho. Luego, si se utiliza el incienso, inciensa el libro. Después de la aclamación del pueblo [Gloria a ti, Señor] proclama el evangelio, y, una vez terminada la lectura, besa el libro, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados. Después de la lectura del evangelio se hace la aclamación del pueblo», Gloria a ti, Señor Jesús (OGMR 93-95)

 

Fuente: hogardelamadre.org

bottom of page