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El Memorial

 

Dentro de la Plegaria Eucarística, después de las palabras de la consagración viene el memorial en las Plegarias Eucarísticas: “Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo” (Plegaria III).

 

La palabra griega anámnesis, significa memoria, recuerdo. Los cristianos, de oriente y occidente, obedece-mos diariamente en la Eucaristía aquella última voluntad de Cristo, «haced esto en memoria mía». Éste fue el mandato que nos dio el Señor claramente en la Última Cena, es decir, «la víspera de su pasión» (Pleg. I), «la noche en que iba a ser entregado» (Pleg. III). Y nosotros podemos cumplir ese mandato, a muchos siglos de distancia y en muchos lugares, precisamente porque el sacerdocio de Cristo es eterno y celestial (Heb 4,14; 8,1).

 

“Memoria” es la palabra que vincula idealmente la Eucaristía a la Pascua Judía, que era también “un memorial” (Ex. 12, 14). Tiene una importancia tal, que S. Pablo en el relato de la institución repite dos veces aquel mandato de Jesús; y especifica además cuál es el contenido de la memoria que se ha de hacer de Jesús, diciendo: “Pues cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa anunciáis la muerte del Señor” (1 Cor. 11, 26). El contenido de esta memoria es la muerte de Cristo.

 

El memorial de la Eucaristía no es un mero recuerdo de realidades pasadas, de hechos que acaecieron hace siglos, sino que es “re-presentación” (en el sentido fuerte del término), es decir, hacer presente aquí y ahora, de forma sacramental y real, el mismo misterio que se celebra: el Misterio Pascual de Cristo, su muerte y resurrección.

 

Podemos preguntarnos, ¿cómo es posible que se realice esto? El teólogo J. A. Sayés lo explica así: “El sacrificio de Cristo se consuma en el santuario celeste; perdura en el momento de la consumación, porque la eternidad es una característica de la esfera celeste... (es decir, el Misterio Pascual de Cristo, por la resurrección entra en la eternidad, que es como un “eterno presente”)[1]. Y si el sacrificio de Cristo perdura en el cielo, puede hacerse presente entre nosotros en la medida en que esa misma víctima y esa misma acción sacerdotal se hagan presentes en la Eucaristía... En realidad, el sacerdote no pone otra acción, sino que participa de la eterna acción sacerdotal de Cristo en el cielo... Nada se repite, nada se multiplica; sólo se participa repetidamente bajo forma sacramental del único sacrificio de Cristo en la cruz, que perdura eternamente en el cielo. No se repite el sacrificio de Cristo, sino las múltiples participaciones de él” (Sayés, El misterio eucarístico, pg. 321-323).

 

De este modo la Eucaristía permanece en la Iglesia como un corazón siempre vivo, que con sus latidos hace llegar a todo el Cuerpo místico la gracia vivificante, que es la sangre de Cristo, sacerdote eterno. En efecto, «la obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual "Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado" (1Cor 5,7)» (LG 3).

 

En sentido teológico, el memorial consiste en hacer memoria de Jesús al Padre, invitar al Padre a recordar todo lo que Jesús ha hecho por nosotros, y por amor suyo, a perdonarnos y a socorrernos. En el Antiguo Testamento, en los momentos de mayor prueba, uno se dirigía a Dios exclamando: “Acuérdate de Abraham, nuestro padre, acuérdate de Isaac y de Jacob”. Pero ahora nosotros, el Pueblo de la Nueva Alianza, podemos elevar hasta Dios un grito infinitamente más poderoso que éste; podemos decirle: “¡Acuérdate de Jesucristo, tu Hijo, y de su sacrificio!”. Todas las Plegarias Eucarísticas nos dan ejemplo de ello. Cuentan con maravillosa ingenuidad al Padre, todo lo que su Hijo hizo por nosotros: “Se encarnó por obra del Espíritu Santo…compartió en todo nuestra condición humana… Él mismo se entregó a la muerte… envió, Padre, desde tu seno el Espíritu Santo… llegada la hora en que había de ser glorificado por Ti, Padre Santo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Pleg. IV).

 

La Iglesia “hace memoria” (anámnesis) de estos hecho, y de esta manera, gracias a la acción litúrgica de Cristo Sacerdote, los actualiza, los hace presentes y actuantes con toda su fuerza salvífica en medio de nosotros. 

 

De esta manera, cada hombre puede vivir un encuentro personal con la obra de salvación que Cristo ha realizado. Cristo se la ofrece personalmente a él. Cada uno debe acoger y vivir ese misterio que es parte de su propia vida, dejándose salvar por Cristo, aceptando la comunión en su vida divina que Él nos ofrece. Cada hombre, debe dar su “sí” al amor de Cristo en cada encuentro personal con Él en la Eucaristía.

 

Fuente: P. Félix López, S.H.M.

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