Sacramento
de la EUCARISTIA
CATEDRAL DE NTRA. SRA. DE LOS ÁNGELES | VIERNES SANTO Basílica de San Pedro, Vaticano |
---|
Acto Penitencial
La Iglesia es consciente de que sus miembros necesitan convertirse continuamente para obtener el perdón divino y participar dignamente en los sagrados misterios. Eso explica que ya desde los orígenes se prescribiese el arrepentimiento público de los propios pecados previamente a la celebración eucarística. El Rito Penitencial es una expresión concreta de esta realidad por parte del ministro y de los fieles, que reconocen humildemente sus pecados, se arrepienten de ellos e imploran la misericordia de Dios para participar en los sagrados misterios.
En la Didaqué, obra escrita a fines del siglo I, se escribe: “Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro”.
Como vemos, el germen del acto penitencial al principio de la Misa se encuentra en los antiguos libros litúrgicos. Muy pronto se expresará con la postración del sacerdote al pie del altar, como actualmente sucede en la celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo. Alrededor del siglo X aparece este rito incluido en los misales y consistía en la recitación por parte del sacerdote de algunas oraciones destinadas a manifestar sus sentimientos de indignidad como ministro del Santo Sacrificio. Sólo en el Misal de Pablo VI este rito se extiende a toda la comunidad, pues hasta entonces era sólo el sacerdote quien lo realizaba.
En los domingos, especialmente en tiempo pascual, el acto penitencial puede adoptar la forma de la aspersión con el agua bendita. Tiene el sentido de recordarnos nuestro bautismo y nos invita a una continua purificación como lo exige la vivencia de este sacramento.
«Yo confieso, ante Dios todopoderoso», los que frecuentamos la Eucaristía hemos de ser los más convencidos de esa condición nuestra de pecadores, que en la Misa precisamente confesamos: «por mi gran culpa». Y por eso justamente, porque nos sabemos pecadores, por eso frecuentamos la Eucaristía, y comenzamos su celebración con la más humilde petición de perdón a Dios, el único que puede quitarnos del alma la mancha de nuestros pecados. Y para recibir ese perdón, pedimos también «a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos», que intercedan por nosotros.
«Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Esta hermosa fórmula litúrgica, que dice el sacerdote, no absuelve de todos los pecados con la eficacia ex opere operato propia del sacramento de la penitencia. Tiene más bien un sentido de petición, de tal modo que, por la mediación suplicante de la Iglesia y por los actos personales de quienes asisten a la Eucaristía, perdona los pecados leves de cada día, guardando así a los fieles de caer en culpas más graves.
Por lo demás, en otros momentos de la Misa -el Gloria, el Padrenuestro, el No soy digno- se suplica también, y se obtiene, el perdón de Dios, aunque como decimos, el perdón de los pecados graves, también llamados mortales, se reserva al sacramento de la penitencia.