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Primeros historiadores de la evangelización de América


Para tener un conocimiento verdadero de la evangelización de América, así como de su conquista y civilización, es importante saber cómo la entendieron y describieron sus primeros historiadores. Hubo muchas crónicas y relatos, pero recordaré sólo a tres autores de mediados del siglo XVI que estimo especialmente significativos.

Francisco López de Gómara (1511-1560)

Este soriano, que estuvo en Alcalá y en Roma, se hizo sacerdote, y en Alcalá fue historiador y profesor de letras clásicas. No pasó al Nuevo Mundo, pero en 1540 conoció a Hernán Cortés y se quedó en su casa como capellán.

Escribió la Historia general de las Indias, la Historia de la conquista de México, y la Vida de Hernán Cortés. En la primera de las citadas (1552) se expresa bien en su Dedicatoria al Emperador cómo a mediados del siglo XVI se veían las cosas de las Indias en España; al menos, cómo las entendían los cristianos cultos.

«La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo creó, es el descubrimiento de las Indias… Los hombres son como nosotros, fuera del color; que de otra manera bestias y monstruos serían, y no vendrían, como vienen, de Adán. Mas no tienen letras, ni moneda, ni bestias de carga: cosas principalísimas para la policía y vivienda del hombre; que ir desnudos, siendo la tierra caliente y falta de lana y lino, no es novedad. Y como no conocen al verdadero Dios y Señor, están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios de hombres vivos, comida de carne humana, habla con el diablo, sodomía, muchedumbre de mujeres, y otros así. Aunque todos los indios, que son vuestros súbditos, son ya cristianos por la misericordia y bondad de Dios, y por la vuestra merced y de vuestros padres y abuelos, que habeis procurado su conversión y cristiandad. El trabajo y peligro vuestros españoles lo toman alegremente, así en predicar y convertir como en descubrir y conquistar.

«Nunca nación extendió tanto como la española sus costumbres, su lenguaje y armas, ni caminó tan lejos por mar y tierra, las armas a cuestas… Quiso Dios descubrir las Indias en vuestro tiempo y a vuestros vasallos, para que las convirtiéseis a su santa ley, como dicen muchos hombres sabios y cristianos. Comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros, porque siempre guerreasen españoles contra infieles; otorgó la conquista y conversión el Papa; tomasteis por letra Plus ultra, dando a entender el señorío del Nuevo-Mundo. Justo es pues que vuestra majestad favorezca la conquista y los conquistadores, mirando mucho por los conquistados. Y también es razón que todos ayuden y ennoblezcan las Indias, unos con santa predicación, otros con buenos consejos, otros con provechosas granjerías, otros con loables costumbres y policía. Por lo cual he yo escrito la historia: obra, ya lo conozco, para mejor ingenio y lengua que la mía; pero quise ver para cuánto era» (Dedicatoria, Hª gral.)

Entiende Gómara que la finalidad de España en las Indias es muy clara: «La causa principal a que venimos a estas partes es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque juntamente con ella se nos sigue honra y provecho que pocas veces caben en un saco» (cp.120).

Pedro Cieza de León (1518-1560)

Extremeño de Llerena, Cieza luchó en las Indias desde 1535 las guerras civiles del Perú, y fue cronista de Pedro de La Gasca (1493-1567), que había sido designado en 1546 presidente de la Real Audiencia de Lima con la misión de acabar en el Virreinato del Perú con la rebelión de Gonzalo Pizarro, misión que cumplió fielmente. Pues bien, Cieza es modelo excelente de soldado escritor. Quizá la mejor fuente de la historia de los incas y de la conquista del Perú se nos ofrece en su Crónica de la Conquista del Perú y en El Señorío de los Incas. Siempre se manifiesta como hombre cristiano, empeñado en la empresa evangelizadora. Su inesperada vocación de escritor la explica en el Proemio de su Crónica:

«Como notase tan grandes y peregrinas cosas como en este Nuevo Mundo de Indias hay, vínome gran deseo de escribir algunas de ellas, de lo que yo por mis propios ojos había visto… Mas como mirase mi poco saber, desechaba de mí este deseo, teniéndolo por vano… Hasta que el todopoderoso Dios, que lo puede todo, favoreciéndome con su divina gracia, tornó a despertar en mí lo que ya yo tenía olvidado. Y cobrando ánimo, con mayor confianza determiné de gastar algún tiempo de mi vida en escribir esta historia. Y para ello me movieron las causas siguientes:

«La primera, ver que en todas las partes por donde yo andaba ninguno se ocupaba en escribir nada de lo que pasaba. Y que el tiempo consume la memoria de las cosas de tal manera, que si no es por rastros y vías exquisitas, en lo venidero no se sabe con verdadera noticia lo que pasó.

«La segunda, considerando que, pues nosotros y estos indios todos, todos traemos origen de nuestros antiguos padres Adán y Eva, y que por todos los hombres el Hijo de Dios descendió de los cielos a la tierra, y vestido de nuestra humanidad recibió cruel muerte de cruz para nos redimir y hacer libres del poder del demonio, el cual demonio tenía estas gentes, por la permisión de Dios, opresas y cautivas tantos tiempos había, era justo que por el mundo se supiese en qué manera tanta multitud de gentes como de estos indios había fue reducida al gremio de la santa madre Iglesia con trabajo de españoles; que fue tanto, que otra nación alguna de todo el universo no lo pudiera sufrir. Y así, los eligió Dios para una cosa tan grande más que a otra nación alguna».

Cieza de León reconoce que en aquella empresa hubo abusos y crueldades, pero asegura que «yo sé y vi muchas veces hacer a los indios buenos tratamientos por hombres templados y temerosos de Dios, que curaban a los enfermos».

Sus escritos denotan un hombre de religiosidad profunda, compadecido de los indios al verlos sujetos a los engaños y esclavitudes del demonio…

«hasta que la luz de la palabra del sacro Evangelio entre en los corazones de ellos; y los cristianos que en estas Indias anduvieren procuren siempre de aprovechar con doctrina a estas gentes, porque haciéndolo de otra manera no sé como les irá cuando los indios y ellos aparezcan en el juicio universal ante el acatamiento divino» (Crónica cp.23).

Bernal Díaz del Castillo (1496-1568)

Las crónicas que los autores literatos, como López de Gómara, escribían sobre las Indias, muy al gusto del renacimiento, daban culto al héroe, y en un lenguaje muy florido, engrandecían sus actos hasta lo milagroso, ignorando en las hazañas relatadas las grandes gestas cumplidas por el pueblo sencillo.

Frente a esta clase de historias se alza Bernal Díaz del Castillo, nacido en Medina del Campo, soldado en Cuba con Diego Velázquez, compañero de Cortés desde 1519, veterano luchador de ciento diecinueve combates.

Siendo ya anciano de setenta y dos años, vecino y regidor de Santiago, en Guatemala, con un lenguaje de prodigiosa vivacidad, no exento a veces de humor, reivindica con pasión la parte que al pueblo sencillo, a los soldados, cupo tanto en la conquista como en la primera evangelización de las Indias.

Como dice Carmen Bravo-Villasante, «en la literatura española su Historia verdadera de la Nueva España [1568] es uno de los libros más fascinantes que existen» (64). Doña Carmen no exagera.

1. La importancia de los soldados en la conquista de América fue inmensa, pero toda la gloria se atribuye a sus jefes. Mucho se debió a la calidad de éstos, como en México lo fue Cortés, un formidable capitán; pero, dice Bernal,

«he mirado que nunca quieren escribir [acerca de los soldados] de nuestros heroicos hechos los dos cronistas [López de] Gómara y el doctor Illescas, sino que de toda nuestra prez y honra nos dejaron en blanco, si ahora yo no hiciera esta verdadera relación; porque toda la honra dan a Cortés» (cp.212).

¿Dónde quedan los hechos heroicos y las fatigas de los soldados de tropa?… Yo mismo, «dos veces estuve asido y engarrofado de muchos indios mexicanos, con quien en aquella sazón estaba peleando, para me llevar a sacrificar, y Dios me dió esfuerzo y escapé, como en aquel instante llevaron a otros muchos mis compañeros». Y con esto, todos los soldados pasaron «otros grandes peligros y trabajos, así de hambre y sed, e infinitas fatigas» (cp.207).

«Muy pocos quedamos vivos, y los que murieron fueron sacrificados, y con sus corazones y sangre ofrecidos a los ídolos mexicanos, que se decían Tezcatepuca y Huichilobos» (cp.208).

Sí, es cierto que no es de hombres dignos alabarse a sí mismos y contar sus propias hazañas. Pero el que «no se halló en la guerra, ni lo vio ni lo entendió ¿cómo lo puede decir? ¿Habíanlo de parlar los pájaros en el tiempo que estábamos en las batallas, que iban volando, o las nubes que pasaban por alto, sino sólamente los capitanes y soldados que en ello nos hallamos?» (cp.212).

Tiene toda la razón. La conquista –y la misma evangelización– en modo alguno hubiera podido hacerse en América sin la abnegación heroica de aquellos hombres a los que después muchas veces se ignoraba, no sólo en la fama, sino también en el premio.

Por eso Bernal insiste: «y digo otra vez que yo, yo, yo lo digo tantas veces, que yo soy el más antiguo y he servido como muy buen soldado a su Majestad, y dígolo con tristeza de mi corazón, porque me veo pobre y muy viejo, una hija por casar, y los hijos varones ya grandes y con barbas, y otros por criar, y no puedo ir a Castilla ante su Majestad para representarle cosas cumplideras a su real servicio, y también para que me haga mercedes, pues se me deben bien debidas» (cp.210).

2. Bernal purifica las crónicas de Indias de falsos prodigios sobrenaturales, como «el salto de Alvarado» (cp. 128), o de victorias fáciles debidas a maravillas fuerzas venidas del cielo, como aquel triunfo que López de Gómara atribuía a una visible intervención apostólica. Como buen cristiano, escribe Bernal con objetividad popular sancho-pancesca:

«Pudiera ser –escribe Bernal con una cierta sorna–, que los que dice el Gómara fueran los gloriosos apóstoles señor Santiago o señor san Pedro, y yo, como pecador, no fuese digno de verles; lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, que venía juntamente con Cortés, que me parece que ahora que lo estoy escribiendo, se me representa por estos ojos pecadores toda la guerra… Y ya que yo, como indigno pecador, no fuera merecedor de ver a cualquiera de aquellos gloriosos apóstoles, allí había sobre cuatrocientos soldados, y Cortés y otros muchos caballeros…, y si fuera así como lo dice el Gómara, harto malos cristianos fuéramos, enviándonos nuestro señor Dios sus santos apóstoles, no reconocer la gran merced que nos hacía» (cp.34).

3. Bernal afirma con energía la importancia de los soldados en la evangelización de las Indias. Y considero que esta verdad tiene muy grande importancia para nuestro estudio. La leyenda negra, ampliamente asimilada hoy incluso por eclesiasticos (sin acento), contrapone falsamente en la acción de España en las Indias los malos soldados y los buenos misioneros, ignorando que unos y otros, no sólo en lo biológico, sino también en lo espiritual, eran hermanos de la misma familia.

En un plural que expresa bien el democratismo castellano de las empresas españolas en América, escribe: hace años «suplicamos a Su Majestad que nos enviase obispos y religiosos de todas órdenes, que fuesen de buena vida y doctrina, para que nos ayudasen a plantar más por entero en estas partes nuestra santa fe católica». Vinieron franciscanos, y en seguida dominicos, que ambos hicieron muy buen fruto, según Bernal testifica, y en seguida añade:

«Mas si bien se quiere notar, después de Dios, a nosotros, los verdaderos conquistadores que los descubrimos y conquistamos, y desde el principio les quitamos sus ídolos y les dimos a entender la santa doctrina, se nos debe el premio y galardón de todo ello, primero que a otras personas, aunque sean religiosos» (cp. 208).

Es una falsedad, una miseria, como ya he dicho, que, entonces como ahora, al hablar de la evangelización de las Indias sólo se hable de los grandes misioneros –los únicos «buenos» de la película–, y ni se mencione la tarea decisiva de estos soldados y cronistas que, de hecho, fueron los primeros evangelizadores de América,. Y precisamente en unos días decisivos, en los que todavía un paso en falso podía llevar a quedarse con el corazón arrancado, palpitando ante el altar de Huitzilopochtli. Si se les menciona, es para calumniarlos.

Por lo demás, es Bernal Díaz del Castillo un cristiano de profundo espíritu religioso, y cuando ya viejo escribe lo hace muy consciente de haber participado en una gesta providencial de extraordinaria grandeza: «Muchas veces, ahora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece que las veo presentes. Y digo que nuestros hechos no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios; porque ¿qué hombres ha habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos y cincuenta soldados, y aun no llegábamos a ellos, en una tan fuerte ciudad como México?»… Y sigue evocando aquellos «hechos hazañosos» (cp. 95), dando gracias a Dios, reconociendo en Él su Autor principal.

Asombro de los primeros españoles en América ante su propia obra

La acción de España en América –descubrimiento, población, evangelización– fue creciendo en el siglo XVI con una progresión tan formidable que ya a mitad del siglo vemos testimonios de que sus protagonistas se mostraban asombrados de su propia obra. López de Gómara: «la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo creó»… Cieza de León: «Los eligió Dios para una cosa tan grande más que a otra nación alguna», etc… Dicen la verdad.

Pudieron hacer lo que hicieron porque estaban convencidos de sólo Dios con su omnipotencia misericordiosa podía obrar lo que era ciertamente imposible para ellos. Manteniéndose ellos en América en esa fe humilde, el Señor que los había enviado a una misión tan grandiosa y difícil, fue siempre el Protagonista de sus acciones.

«Señor, Tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas Tú» (Is 26,12).

«Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en Él» (64,3).

Hoy debemos los cristianos participar de esa admiración gozosa y de esa misma acción de gracias. Si faltan, sólo puede atribuirse al engaño de una ideología falsa o simplemente de una enorme ignorancia, que probablemente será culpable en aquellos que más obligados están a conocer, defender y difundir la verdad histórica de las grandes obras de Dios y de su Iglesia.


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