Monarquianismo (modalismo y adopcionismo)
A finales del siglo II, la herejía conocida propiamente como monarquianismo —nombre puesto por Tertuliano—, enseñó que en Dios no hay más que una persona. Según la forma de explicar la persona de Jesucristo, se dividieron en dos grupos o tendencias:
• Monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas)
El monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas). Sostiene que Cristo es tan sólo un hombre aunque nacido sobrenaturalmente de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Este hombre habría recibido en el bautismo un particular poder divino y la adopción como hijo de parte de Dios.
Los principales defensores de esta herejía fueron Teódoto el Curtidor, de Bizancio, que la trasplantó a Roma hacia el año 190 y fue excomulgado por el Papa Víctor I (189-198); Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, a quien un Sínodo en Antioquía destituyó como hereje el año 268, y el obispo Fotino de Sirmio, depuesto el año 351 por el Sínodo de Sirmio.
Las ideas de esta herejía alcanzaron una mayor definición hacía el siglo VIII cuando fue condenada por el segundo Concilio de Nicea (787) y por el Concilio de Francfort (794).
• Monarquianismo modalista (Modalismo)
El monarquianismo modalista (modalismo) afirma una única Persona divina que actúa según diferentes funciones o modos. Aplicado a Jesucristo sostuvo que el mismo y único Dios que era el Padre había sufrido la pasión y la cruz por nosotros y recibió el nombre de patripasianismo. Más tarde se extendió también al Espíritu Santo, desarrollándose así la doctrina completa, que sostenía que las tres personas de la Trinidad no eran más que tres modos, máscaras o funciones por medio de las cuales actuaba la única Persona divina.
El patripasianismo fue defendido principalmente por Noeto de Esmirna, contra el cual escribió Hipólito; Práxeas, de Asia Menor, a quien combatió Tertuliano. Sabelio fue quien más tarde aplicó la misma doctrina errónea al Espíritu Santo, sosteniendo que en la creación el Dios unipersonal se revela como Padre, en la redención como Hijo, y en la obra de la santificación como Espíritu Santo. El Papa San Calixto (217-222) excomulgó a Sabelio. La herejía fue condenada de manera definitiva por el Papa San Dionisio (259-268).