Sobre el mito del odio de la religión a la ciencia
La creencia extendida de la guerra entre la religión y la fe fue ideada principalmente por dos profesores del siglo XIX.
Uno de los argumentos más extendidos en el imaginario colectivo es la oposición entre la ciencia y la fe y el objetivo de esta última de impedir y socavar cualquier progreso científico. Muy señalada aparece siempre en este debate la Iglesia Católica. Incluso en su seno son muchos los que han acabado creyendo que esto es así.
Sobre Galileo
El ejemplo más claro de este mito es el de Galileo. Monseñor Melchor Sánchez, subsecretario del Pontificio Consejo de la Cultura contaba en una ocasión: "Estaba dando una conferencia sobre Galileo en Toledo, España, a un auditorio formado principalmente por seminaristas e investigadores católicos y comenzaba diciéndoles que muchos se sorprenden al descubrir que Galileo no fue quemado en la hoguera ni fue torturado, ni estuvo en prisión. Al terminar la conferencia uno de los asistentes me dijo: ´yo soy uno de esos, yo siempre pensé que Galileo había muerto en la hoguera´."
Mitos refutados
Al igual que con Galileo se vende la idea de un Cristóbal Colón que tuvo que insistir una y otra vez para convencer de que la tierra no era plana ante un grupo de clérigos que se oponían a su tesis. Sin embargo, Colón había estudiado el Imago Mundi, del cardenal Pierre d´Ailly, uno de los tratados cosmográficos de mayor influencia de la época. También estudió la Historia Rerum de Eneas Silvio Piccolomini, futuro Papa Pío II. Ambos defendían que la tierra era redonda. En 1492, “toda la gente educada de Europa Occidental sabía que el mundo era una esfera. Colón nunca tuvo que argumentar a favor de la redondez de la tierra”, afirmaba el historiador Samuel Eliot.
Estos son algunos de los ejemplos que han trascendido hasta la actualidad pese a las numerosa documentación y pruebas que niegan estos bulos y que han provocado que muchos ciudadanos lleguen al convencimiento de que la religión es enemiga de la ciencia.
La Iglesia ha sido abanderada de la ciencia
Sin embargo, la Iglesia ha abanderado durante su historia muchos de los grandes avances científicos que han hecho progresar a la humanidad. En Astronomía la Iglesia ha dado grandes científicos a la historia. Lo mismo ocurre en la Medicina y en otros ámbitos como la genética, geología, paleontología, entre muchos otros campos.
Son miles de clérigos o laicos convencidos de su fe los que han protagonizado grandes descubrimientos no sólo sin la oposición de la Iglesia sino con su respaldo. Pero a pesar de ello el mensaje de la religión como perseguidora del progreso sigue vigente.
Los creadores del mito
Entonces, ¿de dónde surge esta idea? Para saber por qué la manipulación de la historia ha sido tan exitosa hay que remontarse al siglo XIX, a la tesis del conflicto, que afirmaba la hostilidad de la religión a la ciencia con bulos muy conocidos.
“Aquel mito se ha convertido en argumento privilegiado del ateísmo en su ataque a la religión”, recuerda el prestigioso historiador Rodney Stark, que defiende el progreso que se produjo en la Edad Media gracias al catolicismo.
Los padres de esta teoría que pusieron los cimientos del ateísmo moderno encabezado por Richard Dawkins y sus colegas fueron los académicos estadounidenses Andrew Dickson White (1832-1918), presidente y fundador de la Universidad de Cornell además de senador; y John William Draper (1811-1882), profesor de Química de la Universidad de Nueva York.
No se podría entender esta teoría sin el novelista Washington Irving
Pero estos mitos y su aceptación entusiasta por parte de estos dos académicos no se podrían entender sin la figura del novelista y diplomático estadounidense Washington Irving, que a través de sus novelas vendía como historia su odio al catolicismo a través de fantasías románticas.
Así escribió la novela Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón donde tirando de imaginación y ocultando la falta de rigor histórico creó el mito de la tierra plana a la que se enfrentó Colón con la Iglesia. Sus tesis fueron rápidamente absorbidas por ambos profesores.
Fue en 1869 cuando el joven White y Draper impartieron una conferencia en la Cooper Unión de Nueva York titulada “Los campos de batalla de la ciencia” en el que pintaron una historia de una larga guerra entre la religión y la ciencia:
“Propongo, pues, presentarles esta tarde un esbozo de la gran lucha sagrada por la libertad de la ciencia, una lucha que ha sucedido durante tantos siglos. ¡Ha sido un duro combate! Una larga guerra, con batallas más feroces, con asedios más persistentes, con una estrategia más vigorosa que cualquiera de las comparativamente insignificantes guerras de Alejando, César o Napoleón…En toda la historia moderna, la interferencia con la ciencia en el supuesto interés de la religión, por muy concienzuda que sea que sea esa interferencia, ha provocado grandes males tanto para la Religión como para la Ciencia, e invariablemente”.
Siete años más tarde esta conferencia se convirtió en un libro titulado La Guerra de las Ciencias.
Lo que trasciende es un odio al catolicismo
Mientras tanto en 1874, el profesor Draper publicó un libro clave para el nuevo ateísmo y para los que alimentaron la leyenda negra de la Iglesia, titulado “Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia”. En esta obra intentaba desmontar las tesis del catolicismo y afirmaba que en el islam y en el protestantismo existía mucho menor conflicto con la ciencia.
En el libro, Draper defendía la tesis que afirmaba que “el antagonismo al que asistimos entre la religión y la ciencia es la continuación de una lucha que comenzó cuando el cristianismo empezó a alcanzar el poder político…La historia de la ciencia no es un mero registro de descubrimientos aislados; se trata de una narrativa del conflicto de dos potencias en pugna, la fuerza expansiva de la inteligencia, por un lado, y una comprensión que surge de la fe tradicional y los intereses humanos, por el otro”.
La obra de Draper fue muy popular en su época y sus cincuenta ediciones ayudaron a difundir estos mitos que se han ido transmitiendo hasta hoy.
Ya en 1896, White publicó su obra Historia de la contienda de la ciencia con la teología en el cristianismo, centrando tres décadas de trabajo en desacreditar y destruir los dogmas cristianos.
Esta guerra "se fabricó, es una construcción"
Timothy Larsen, prestigioso profesor de Pensamiento cristiano en universidades británicas y estadounidenses, asegura que la llamada “guerra” entre fe y ciencia “se fabricó, es una construcción que se creó con fines polémicos”.
Según afirma este profesor y recoge The Gospel Coalition, “Draper y White no fueron simplemente describiendo una guerra en curso entre la teología y la ciencia, sino que se esforzaron por inducir a la gente a imaginar que existía. Con el fin de hacer esto, hicieron varias veces falsas afirmaciones de que la Iglesia se había opuesto a diversos avances científicos”.
¿Una guerra para echar a los clérigos de la ciencia?
Larsen va más allá y asegura que esta “guerra” pudo ser creada y aireada por estos académicos con otros objetivos bastante más alejados de la verdad y era para “profesionalizar” la profesión de científico expulsando a todos los sacerdotes que se dedicaban a la investigación.
Según el profesor británico, “el objetivo de la guerra era desacreditar a los clérigos como figuras adecuadas para llevar a cabo el trabajo científico con el fin de que la nueva generación de profesionales tendría la oportunidad de llenar el vacío dejado mediante la eliminación de los hombres actuales de la ciencia. Fue así como tendenciosamente se afirmó que las convicciones religiosas de los clérigos les inhabilitaba para proseguir con sus investigaciones científicas de forma objetiva”.
"El mito más grande"
Por su parte, Ronald L. Numbers, profesor de Historia de la Ciencia y la Medicina en la Universidad de Wisconsin-Madison, agnóstico y uno de los mayores especialistas en la relación ciencia-fe llega a asegurar que "el mito más grande en la historia de la ciencia y la religión sostiene que han estado en un estado de constante conflicto".