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La leyenda negra de la Inquisición ha sido utilizada para dar una imagen horrible de España


ABC entrevista en exclusiva a la historiadora María Lara aprovechando la publicación de su nuevo libro «Pasaporte de bruja. Volando en escoba, de España a América, en el tiempo de Cervantes».

Se suele decir que las cosas no son lo que parecen. Y eso es precisamente lo que ha sucedido en España desde que, en el año 1478 y por bula papal, se concediera a los Reyes Católicos la potestad de instituir el Santo Oficio en sus territorios. Un organismo que sustituyó a la Inquisición medieval y que buscaba, entre otras cosas, perseguir y castigar la herejía. La razón es que, en ese más de medio milenio, se ha generalizado la idea de que los tribunales inquisitoriales modernos establecidos en la Península a partir del siglo XV en el Mediterráneo fueron de los más sanguinarios que hubo en Europa.

Sin embargo, esa es una premisa contra la que lucha María Lara (escritora, profesora de la UDIMA y Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en Historia) en su nuevo libro: «Pasaporte de bruja. Volando en escoba, de España a América, en el tiempo de Cervantes» (Aldebarán, 2016), sobre el que ahora la entrevistamos.

— ¿Fue la Inquisición española tan letal cómo se cree?

Aunque nunca se puede justificar el drama, también hay mitos infundados. En mi libro busco desentrañar esas historias y demostrar que, a veces, las cosas no son lo que parecen. Por ejemplo, las cifras son muy dispares atendiendo a los países y, cuando te sumerges en los archivos inquisitoriales, te das cuenta de que la caza de brujas en nuestra nación no fue tan alarmante. Por esta causa, fueron concretamente ajusticiados 300 individuos de un total de más de 8 millones de habitantes. En Liechtenstein, donde la población censada era de 3.000, se mató a la misma cantidad de personas y, sin embargo, en el imaginario popular parece haber pesado más el terror del Santo Oficio.

— ¿Qué países fueron más prolíficos en el asesinato de brujas?

Habitualmente se considera a los espacios latinos más activos en esta materia, lo mismo que circulan los estereotipos del carácter extrovertido y pasional de los habitantes del sur de Europa. Pero no es así. Miguel Servet, el científico español más agudo, fue quemado en la hoguera con todos sus libros en Ginebra a instancias de Calvino.

Las impresiones son subjetivas, pero las matemáticas son objetivas y los recuentos revelan que, en los países en los que estuvo el Santo Oficio (España, Portugal e Italia), el número de brujas ajusticiadas fue menor que las que de los países nórdicos y centroeuropeos, con arraigo protestante. ¿Acaso ejercieron ciertos inquisidores de abogados defensores de las brujas? Es una hipótesis que lanzo al lector en este nuevo libro.

— ¿Favoreció la misma Inquisición el miedo generalizado a las brujas?

Al principio, con el surgimiento del Santo Oficio a partir de 1478, las instrucciones indicaban que había que despachar pronto los expedientes de hechiceras porque eran más lascivos que heréticos, pero en el siglo XVI la muerte inexplicable de niños, junto con la detección en pueblos y ciudades de vecinos sospechosos de pacto con las fuerzas del mal, llevó a teólogos y a testigos de los hechos a implicarse en las denuncias.

No obstante, a partir de las brujas de Zugarramurdi y del auto de fe de Logroño de 1610, en que fueron procesadas, en España hubo un inquisidor que se desmarcó de esa opinión general: Alonso de Salazar y Frías. Este sacerdote, que había participado en aquel juicio, cambió de idea y propuso que “no hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a hablar y a escribir de ellos”.

Conocía el arraigo de los sortilegios mas, consciente de que existía un abismo entre la cultura docta y la de los sencillos (el 75% de la población era analfabeta), adoptó la opinión de que lo mejor era apostar por un pacto de silencio que evitase que la sociedad se alarmara. Se percató de ello cuando vio que, al llegar a los diferentes pueblos con su mula y su crucifijo, centenares de personas se acercaban hasta él para delatar a sus amigos y familiares, en un intento de esquivar la pena de excomunión por ocultar a posibles nigromantes. Y es que, entre los bosques y cuevas del valle de Baztán, en la faceta esotérica todo el mundo en el XVII era “presunto”.

— ¿Se ha exagerado el papel de la Inquisición española para denostar a nuestro país?

La Inquisición fue un ingrediente básico de la leyenda negra contra España orquestada por holandeses e ingleses y, así, a vez que a Felipe II -el Rey Prudente de la retórica hispana- en el exterior se lo presentaba como un ser abominable, sobre todo por la revancha del antiguo secretario Antonio Pérez, la corona hispánica veía aumentar su halo siniestro. Pero es totalmente injusto porque la guerra estaba a la orden del día en todos los territorios en la Edad Moderna, también el control de las conciencias.

En 1555, la Paz de Augsburgo selló el modelo confesional en toda Europa, cuando la religión del príncipe marcaría la de los súbditos, y hasta 1648, con Westfalia, no se llegaría a la libertad religiosa. Si en Holanda se temía al Duque del Alba y se asustaba invocando su presencia cuando los niños no querían dormir, en la Península Ibérica quien causaba pavor era el pirata Drake...

— ¿Sucedió lo contrario? ¿Llegó a ser la Inquisición demasiado «blanda» con las brujas?

Aunque parezca políticamente incorrecto hoy, he de afirmar que la Inquisición actuaba en ocasiones muy levemente. Me explico. Hubo mujeres que realmente asesinaron a criaturas, y a las que solo se las expulsó 10 años de su ciudad. Un ejemplo claro fueron las brujas de Pareja, en Guadalajara, a quienes se mandó al destierro, cuando el municipio- con una lúcida conciencia ciudadana que llama poderosamente la atención en el XVI- no tomó la justicia por su mano sino que trató de poner orden en las calles combatiendo pacíficamente aquellos allanamientos de morada.

Las Morillas eran hechiceras perversas que entraban en los hogares y raptaban menores. La pena que se les puso fue el destierro del obispado. Algo sumamente leve si tenemos en cuenta que al licenciado Eugenio Torralba (un astrólogo o «mago bueno») acabó torturado y asesinado en los calabozos de la Inquisición. Después de estar 8 años investigando en España, París y Estados Unidos sobre estas “historias encantadas”, me he encontrado con que las cosas no son lo que parecen. Aunque, dicho esto, tampoco se puede justificar lo que hizo la Inquisición cuando pagaron justos por pecadores, y en el grupo de los inocentes incluyo a las curanderas y visionarias.

— ¿A qué se refiere con «mago bueno»?

A que nunca hizo daño a nadie. Eugenio Torralba presagió el saqueo de roma de 1527 y decía que tenía un ángel, Zequiel, que le ayudaba a predecir cosas. A pesar de ello, fue acusado por unos falsos amigos de Valladolid por ser incapaz de ayudarles a encontrar un tesoro escondido. Ellos creyeron que se había repartido el botín con ese “ángel” del que hablaba y cargaron contra él.

Pero no fue el único ajusticiado sin razón. Lo mismo podemos decir de la beata de Villar del Águila, un pueblo de cuenca donde la llevaban a hombros y encendían velas en su honor. La tenían por una santa en vida. La Inquisicion la condujo a los calabozos y la enterraron bajo las escaleras de la iglesia de San Pedro para que recibiese el castigo de ser pisada por el pueblo. Todo ello, porque anteriormente había sido portada en andas, como una santa, al filo de 1800.

— ¿Por qué unas penas eran tan extremas, y otras tan laxas? ¿Era la justicia de la Inquisición arbitraria?

Hay que tener en cuenta que la Inquisición ideó un sistema para registrar todas las declaraciones e informaciones que iban obteniendo en sus interrogatorios y en los juicios. Lo que entonces era un tormento para las víctimas, hoy es una fuente inagotable de información que te muestra el palpitar de la sociedad de aquel tiempo. Por ello no se puede hablar de justicia arbitraria.

Con todo, había inquisidores más sanguinarios y tribunales en los que un expediente se seguía hasta el final. Un ejemplo fue el de Cuenca, que regía también zonas de Valencia, Albacete, Guadalajara... En la Sátira del matrimonio de los ruines casados, asevera sobre el mismo Quevedo: “¿Quemé yo a tus abuelos sobre Cuenca?”. Se trataba, sin duda, de un tribunal con altas competencias, no sólo por extensión sino por “dificultad” de la herejía a desentrañar. En lo que sí se equivocó el Santo Oficio es en que, lamentablemente, se temía más a los visionarios que podían desestabilizar el orden público a través de los presagios, que a los delincuentes comunes.

— ¿Cuál fue la última hoguera por brujería hecha en España?

Se llevó a cabo en Sevilla, en 1781. La ajusticiada fue la «Monja Dolores», también llamada la «Cieguecita de Marchena». Esta señora había vivido con sacerdotes (era su ama de llaves), aunque llevaba una existencia bastante disoluta, parece que se introducía en el lecho de los reverendos...

Tan pronto afirmaba que hablaba con el niño Jesús, como que ella misma ponía huevos. Al final la acabaron condenando. Cruzó el Puerto de Triana desde el Castillo de San Jorge rodeada de una multitud el 24 de agosto. De hecho, el número de personas era tal que el puente sufrió desplomes. La ejecución de la sentencia se hizo en la iglesia de San Pablo de Sevilla. La llevaron enjaulada y, antes de que fuera ajusticiada, le pidieron que se retractara de todo lo dicho y que desmintiera sus errores, pero no lo hizo. Como último deseo pidió un puro que se fumó ante los inquisidores.

— ¿Demuestra eso que España era retrógrada para la época?

Cuando sus cenizas fueron esparcidas por Sevilla, algunos ilustrados dijeron que en España seguía pesando mucho la ignorancia. Pero eso realmente era matizable, porque en el centro de Europa se estaban abriendo también multitud de casos de brujería. En Gran Bretaña, por ejemplo, la brujería no había dejado de ser delito hasta 1736.

— ¿Ha descubierto algún caso curioso relacionado con la brujería en sus investigaciones para este libro?

Sí, muchísimos, que con todo detalle narro en Pasaporte de bruja, como el de Juana García, la suegra hechicera de Sisante que, hacia 1615, trató de envenenar a su yerno con empanada de cuernos y hasta lo tiró por un puente; la causa: el día posterior a la boda con su hija había tratado de arrebatar la hacienda a su familia política.

Fuera de nuestras fronteras, en 1684 se registró en Inglaterra el ahorcamiento de una mujer junto a su hija de nueve años después de que la acusaran de haber provocado una tormenta por quitarse las medias. No fue el único. En 2015 las autoridades de Brentonico (Italia) reabrieron la causa de Maria Bertoletti, una viuda sin hijos casada en segunda nupcias con un sacerdote que fue llevada a la hoguera en el XVIII. ¿La razón? Que era vista por la familia de su nuevo esposo como una rival a la hora de obtener la herencia. Fue ajusticiada a pesar de que no se había acercado jamás a un caldero.

— «En 1684 se registró el ahorcamiento de una mujer años después de que la acusaran de haber provocado una tormenta por quitarse las medias» ¿Se extiende con la Inquisición la idea de la existencia de las brujas?

De algún modo se propaga en tanto en cuanto se habla más del tema y surge la imitación y cunde el pánico, pero no se inventa entonces la caza de brujas. Anteriormente ya se había hablado de personas vivas que andaban por los cementerios a la luz de la luna y ya había gente afirmando que veía entrar a hechiceras por sus chimeneas, caminando como los gatos por los tejados y compareciendo en las habitaciones ajenas con extraños fines. También, en otros momentos, había vecinos que afirmaban que las hechiceras adquirían aspecto de animal (de zorro, de libre, de felino..). Los paisanos sostenían esto basándose en que, cuando daban un golpe a estas bestias y las lesionaban -por ejemplo- en la pata, al día siguiente veían como las mujeres de las que sospechaban que hacían maleficios iban cojeando.

— ¿Qué otros poderes se atribuían a las brujas?

Multitud. La palabra “bruja” en castellano es la más polisémica, no es lo mismo pronunciarla en un tono afectuoso que con desdén. Y es que engloba desde la mala persona a la presencia mística y angelical, pasando por las curanderas y videntes.

Las brujas implicadas en los aquelarres eran malas, en el sentido de que buscaban la unión con las fuerzas nefastas. Sin embargo, también practicaban viajes astrales personas inofensivas como Lucrecia de León, “profetisa” política, aunque lamentablemente siempre sus visiones tenían un tono apocalíptico para la monarquía de los Austrias. Ella anticipó el desastre de la Armada Invencible en 1588. Quizás habría sido aconsejable que la hubieran mantenido despierta...

Por otra parte, en Zugarramurdi, por ejemplo, los archivos afirman que había una bruja que, cuando se encontraba con un sacerdote al que le gustaba cazar, le decía siempre: “Señor compadre, mate muchas liebres, para que nos dé lebrada a toados”. Así hasta un día en que la hechicera se untó con “agua sucia” el cuerpo (líquido con sustancias estupefacientes para entrar en fase de alucinación) y el demonio “la puso en figura de liebre”. Esa jornada, los galgos del cura trataron de cazarla, pero no pudieron. Además, espantó a todos los animales del entorno.

— «Los aspirantes a escuelas de magia solían ser captados por las hechiceras en mitad de la noche mediante golosinas» ¿Algunos niños participaron en actos de brujería?

Sí. Se dice que en los aquelarres era habitual que los aprendices (de unos cinco años de edad) cuidaran los sapos (el animal ritual) de las estrigas mientras éstas bailaban. Los aspirantes a escuelas de magia solían ser captados por las hechiceras en mitad de la noche mediante golosinas, nueces y manzanas... Sólo podían acudir a las reuniones en los inhóspitos parajes guiados por sus maestras. Después, se creía que las “catedráticas” de pócimas las devolvían a sus camas. Además, se decía que un verdugo azotaba a los pequeños si estos decían algo.

– ¿Cómo se protegía a los niños de estas brujas?

Más que mediante la confrontación directa con las causantes del mal, a través del traslado de los chavales a edificios con alta vigilancia. En la Villa de Vera los padres denunciaron la debilidad de los niños a causa de los castigos corporales de las brujas. El párroco local congregó a todos los chicos en una sala donde él también dormía para estar expectante. Cada noche los bendecía para que las hechiceras no se los llevasen, pero -según el propio religioso-, una treintena de brujas se desplazaban mientras tanto por las tejas. La primera velada no lograron sacarlos de la casa, pero unos días después, los textos afirman “echaron sueño” al eclesiástico (le encantaron) y se llevaron consigo a todo el grupo.

Esto me dio pie, en Pasaporte de bruja, para hablar de la magia y la infancia como un binomio que no se extinguió en el XVII. En el siglo XXI miles de niños son acusados de practicar sortilegios en África y todo, por estar huérfanos, ser gemelos, albinos o carecer de parientes. Abandonados del mundo soportan grandes padecimientos y a veces perecen, como también señoras mayores a las que se acusa de propagar el sida en las tribus. El libro tiene una dimensión social muy fuerte, para expresar cómo ese mismo proceso de racionalización del misterio que se llevó a cabo en España en el XVII, a través del inquisidor Alonso de Salazar y Frías, debería ser operado mediante los organismos internacionales en las áreas del planeta donde los chivos expiatorios siguen ardiendo mientras la superstición se extiende con la guadaña de la muerte.

— ¿Persiguió la Inquisición también a inquisidores y sacerdotes?

Sí. Había eclesiásticos que ejercían de “taumaturgos” y afirmaban que podían prevenir las enfermedades mediante fórmulas y oraciones. En el Siglo de Oro había hechizos para la salud, para el dinero, para el amor..., es decir, para todo, y desde el mendigo al rey el común de los habitantes estaba convencido de que la magia tenía efecto. Los inquisidores, a pesar de que eran eclesiásticos, también encarcelaban a estos curas. Uno de ellos, Joan Vicente, de Zaragoza, se escapó del palacio de la Aljafería, donde estaba preso, descolgándose con una cuerda y se escapó a Roma. Su caso es curioso porque a los tres años logró cancelar su sentencia de muerte, es más denunció al Santo Oficio por perseguirlo y logró que cada inquisidor le pagara 500 ducados en compensación. Al mosén Vicente, que presumía de encontrar objetos perdidos, el juego le salió redondo.

— ¿Es este libro una continuación de la obra que usted creó en 2013?

Sí. Es la segunda parte de “Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro” (Aldebarán, 2013). Fue una obra con gran resonancia internacional, además de en España en Iberoamérica, me permitió constatar cómo tanto en la época de los Reyes Católicos como en la era de la globalización, existe una preocupación inherente al ser humano sobre la capacidad que la magia ofrece en la manipulación de la naturaleza. En aquella primera entrega trataba de mostrar que, a lo largo de la Historia, el hombre que se dedicaba a la brujería ha sido mucho más reconocido y mejor considerado que la mujer por los terribles prejuicios misóginos. El varón podía ir a la universidad, la dama, no. Él podía aspirar a la condición de “mago”, como amigo de las estrellas, en cambio ella, aunque ejerciera de “médica” de su pueblo y sanara dolencias, era tildada de bruja.

— ¿En qué se centró aquella primera obra sobre las brujas?

En desvelar historias cotidianas de la España moderna con los hechizos de por medio. Con el telescopio del astrólogo apunté a la sociedad para sacar la lupa de detective y analizar la microhistoria de los hechizos en el tiempo de Velázquez, ¿qué suponía para alguien vivir puerta con puerta con una hechicera? Ese hilo conductor dio como resultado la aparición de multitud de anécdotas, desde la colaboración de los párracos con los curanderos buenos para hacer frente a los maleficios, hasta el adentrarse en el manual “psicológico” del inquisidor, para captar si el declarante le estaba contando la verdad.

Por supuesto que dejé de lado la tortura, ya se ha hablado del tema, particularmente yo, como persona aparte de escritora, soy muy sensible al dolor ajeno, cuando leo sobre él es como si me lo estuvieran haciendo a mí, aunque entre los sucesos y el presente haya una gruesa cortina de años. Por ello, preferí centrarme en ese otro ámbito más olvidado, el de rescatar las pócimas, las vivencias populares, las oraciones mágicas y el coraje de los vecinos ante las brujas siniestras, todo ello mediante la investigación de los expedientes inquisitoriales y la lectura atenta de los clásicos literarios.

La perplejidad me ha acompañado durante el proceso de escritura de ambos libros porque en los legajos me he encontrado con siluetas mágicas que pudieron inspirar a seres de tinta, incluso con el mismo nombre o apellido. Así, Cervantes incorpora a una de sus obras (El coloquio de los perros, de las Novelas Ejemplares) a tres brujas, la Camacha, la Montiela y la Cañizares, cuya existencia he descubierto vinculada a la realidad más material. Hallazgos que me han colmado de emoción...

— ¿Cuál es el objetivo de su nuevo libro?

En “Pasaporte de bruja. Volando en escoba, de España a América, en el tiempo de Cervantes” (Alderabán, 2016), presento al espectador un ensayo histórico con un hilo narrativo tan ameno que su lectura esté marcada por la aventura. El rigor científico y el tono dinámico confluyen en un título dirigido a todos los públicos, a los amantes de la lectura y también a los estudiantes y alumnos de Historia. Se halla estructurado en ocho capítulos salpicados por tres cuentos, donde la bruja (buena) detalla sus preocupaciones, inquietudes y movimientos de cada día entre dos orillas (las Indias y España). Explico además que, ni todos los inquisidores eran Torquemada, ni todas las brujas resultaban almas cándidas. Por eso, afirmaba al principio de esta entrevista que muchas veces las cosas no son lo que parecen, no sólo por Don Quijote y Cervantes, cuyos encantadores protagonizan la última parte de Pasaporte de bruja, sino también por lo relativo a las exageraciones difundidas por la leyenda negra...

— ¿Qué fuentes ha usado para elaborar su libro?

Los archivos inquisitoriales, la literatura del Siglo de Oro y la iconografía de la bruja en pinacotecas internacionales, no todas eran feas..., tal apariencia formó parte de la prevención ante la heterodoxia. También he hecho entrevistas a personas que dicen que tienen un don (curanderas, videntes...), he viajado mucho para conocer los parajes donde se realizaban los aquelarres, todas las regiones españolas cuentan con su espacio en este libro, porque hay muchos enclaves que “presumen” de ser el pueblo de las brujas. Asimismo, he analizado con profusión el presente para reivindicar la paz social en el presente... En lo relativo al chivo expiatorio, en poblados africanos advertimos un relato paralelo con tres siglos de distancia: la superstición se acrecienta y la enfermedad se esparce.

Como comentaba antes, he disfrutado mucho escribiendo literariamente este libro y, en la fase previa, he pasado horas y horas entre los fondos del Santo Oficio. Mientras descifraba legajos, totalmente sola, en la sala de investigadores del Archivo Diocesano de Cuenca, me llegué a plantear si no sería más fácil decir que las hechiceras volaban a bordo de la escoba. En cierta manera, sentada en aquella butaca ante lo s vetustos folios me he sentido “inquisidora” (de las benévolas), lanzando una y mil preguntas al aire para dilucidar por qué todas aquellas “lindas maestras” decían tener unos mismos métodos de despegue y aterrizajes.

Luego, al salir a la luz de la ciudad abstracta, la ciencia volvía a aposentarse en mi mente y, con una sonrisa, me liberaba de la incertidumbre que las “encandileras” habían tratado de sembrar en mi mente. Esperándome entre las casas solariegas, mi hermana, la historiadora Laura Lara- autora del prólogo “Las botas de los italianos” contenido en el libro- confirmaba que el tic tac del reloj proseguía su habitual ritmo: todo había sido producto de la fantasía.


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