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CARTA A DIOGNETO


La Carta a Diogneto es un escrito de finales del siglo II muy apreciado en la Iglesia porque explica cómo vivían los cristianos —su espiritualidad, costumbres y creencias— en una sociedad que frecuentemente los humillaba y perseguía.

La obra es una defensa (apología) de la fe cristiana dirigida a un pagano. Responde a tres preguntas:

¿Cuál es la religión de los cristianos?

¿En qué consiste el amor fraterno?

¿Por qué Cristo ha venido tan tarde?

El autor responde a las tres preguntas explicando cómo viven los cristianos: no viven separados de los demás y participan en la sociedad aunque anuncian una ciudad distinta: “Cualquier país es extraño a su patria y toda patria les es país extraño”.

MODELO DE APOLOGÉTICA CRISTIANA

La apologética cristiana aparece en el siglo II para responder a la agresión de la sociedad que padecen las comunidades cristianas. La humillación y persecuciones que sufren los cristianos se debe a que los ciudadanos desconocen o malinterpretan la fe de los cristianos. Por ello son perseguidos y condenados por las autoridades romanas.

El desconocimiento de las creencias cristianas daba lugar a tergiversaciones y acusaciones infundadas. Una persona podía ser condenada a muerte por ser cristiano. La acusación llevaba al arresto y al interrogatorio. Si el acusado negaba pertenecer a la secta de los cristianos, era liberado. Si se declaraba cristiano, era ejecutado.

Muchos cristianos preferían morir a negar su fe en Jesucristo. Esta situación comenzó a producirse en el último tercio del siglo I pero no fue hasta el siglo II pasó a formar parte de la literatura cristiana.

A mediados del siglo II, un obispo llamado Cuadrato, compone un escrito apologético dirigido (públicamente) al emperador Adriano, en el que denuncia las injusticias que padecían los cristianos. El fe cristiana dejó entonces de ser un asunto privado de ciertas comunidades para confrontarse con la sociedad y la cultura. La Apología de Cuadrato fue la primera pero, a lo largo del siglo II, otros autores siguieron su ejemplo. Arístides, Justino, Taciano, Atenágoras, Teófilo, Hermias.

Todos utilizan la lengua griega porque en el siglo II la patrología griega es más importante que la latina. En los siglos siguientes, estas obras se agruparán formando el grupo de los llamados apologistas griegos.

RESPUESTA DE UN CRISTIANO A LAS PREGUNTAS DE UN PAGANO

La Epístola a Diogneto es la respuesta de un cristiano a las preguntas de un pagano (Dg. 1.1). Preguntas que muestran un «vivo interés» (Dg. 1.1) y que son fruto de la extrañeza que causa esta «nueva raza cristiana» (Dg. 1.1) —así la llama—, que no participa de las creencias de los griegos ni de los judíos y que «desprecia la muerte» (Dg. 1.1).

Crítica a la religión pagana:

El autor critica la religión pagana desde dos frentes:

a) la crítica de la idolatría

b) la crítica de los sacrificios.

La idolatría o adoración de objetos era muy frecuente en las religiones paganas. Las imágenes estaban hechas de diversos materiales: oro, bronce, piedra, madera. Sobre los materiales gira la argumentación. Los ídolos no son piezas de origen divino sino obra de un artesano. Los de oro hay que guardarlos bajo llave para que no los roben, los de hierro se corroen, los de arcilla son de la misma materia que un plato para comer.

La crítica de los sacrificios se basa en que eran sacrificios de sangre y grasa. Estas ofrendas eran desagradables porque, para el autor, suponen un desprecio más que una prueba de adoración y demuestran la insensibilidad de los ídolos, que no se quejan de este proceder.

Los argumentos que utiliza el autor no son originales. Estas críticas eran frecuentes entre los cristianos y entre los judíos (Baruc 6) y los paganos. El sacrificio material era rechazado en algunos círculos paganos que abogaban por un sacrificio más espiritual.

Crítica a la religión judía:

Después de la religión pagana, el autor crítica la religión judía a la que atribuye algo bueno: creer en el único Dios verdadero; y algo malo: adorarle como los griegos, con sacrificios que Dios no necesita y que provienen de su excesivo apego por la Ley.

No necesitas que te explique su espíritu timorato acerca de la comida, ni sus creencias sobre el sábado, ni su orgullo por la circuncisión ni la superficialidad de sus ayunos y novilunios. (Dg. 4.1)

Trata cuatro puntos:

- Alimentación:

Sobre la alimentación afirma el autor que es injusto considerar puras a unas criaturas e impuras a otras cuando todas vienen de Dios (Dg. 4.2).

- Sábado:

Sobre el sábado dice que es una calumnia que Dios prohíba realizar una buena acción en sábado (Dg. 4.3).

- Circuncisión:

De la circuncisión, dice ser absurdo que esa «mutilación» (Dg. 4.4) suponga una seña de predilección divina.

- Ayunos/novilunios:

De los novilunios y otras festividades regidas por criterios astrológicos, duda que la voluntad de Dios utilice esos medios para manifestarse (Dg. 4.5).

Los cristianos: ciudadanos del Cielo:

Entonces, el autor emprende la defensa del cristianismo, que es presentado como una carta de ciudadanía divina. Los cristianos «pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo» (Dg. 5.9).

Como habitantes de la tierra, no se distinguen de los demás «por su nación, su lengua o sus vestidos (Dg. 5.1).

Participan en todo como ciudadanos pero lo soportan todo como forasteros (Dg. 5.5).

Esta ciudadanía se expresa en una formulación de carácter platónico: Lo que el alma es al cuerpo, lo son los cristianos al mundo. (Dg. 6.1)

Esta analogía es sustentada con varias comparaciones tomadas de la Estoa y del platonismo:

El alma se difunde por los miembros como los cristianos por el mundo (Dg. 6.2).

El origen del alma no es el cuerpo, ni el de los cristianos el mundo, porque son ciudadanos divinos (Dg. 6.3).

El cuerpo odia al alma como el mundo odia a los cristianos (Dg. 6.5), etc.

Dios interviene en la historia enviando a su Hijo:

Después de los pasajes dedicados a la ciudadanía cristiana y al alma del mundo, el autor afirma que el cristianismo se origina porque Dios ha intervenido en la historia enviando a su Hijo. De esta forma contesta a una cuestión planteada por Diogneto: «¿Por qué esta nueva raza ha aparecido ahora?» (Dg. 1.1).

Todo ello da lugar a una exposición cristológica en la que Cristo es presentado como «Artífice y Demiurgo del universo» (Dg. 7.2), como potencia ordenadora del cosmos enviada por el Padre «para salvar, no para violentar; para llamar, no para acusar; para amar, no para juzgar» (Dg. 7.4-5).

El autor no facilita ningún detalle biográfico sobre Jesús de Nazaret. A continuación, se dice que tras la primera venida, habrá una segunda: Un día lo enviará (Dios a Jesucristo) para juzgar y entonces ¿quién soportará su venida? (Dg. 7.6)

En este punto se llega a la primera laguna del texto. Según la hipótesis de Dom P. Andriessen aquí vendría intercalado el fragmento de Cuadrato.

Después el autor habla sobre la necesidad de la venida de Jesucristo ya que «antes de ella, ningún hombre conoció a Dios» (Dg. 8.5). El autor describe el plan divino de la salvación «concebido por Dios y comunicado sólo a su Hijo» (Dg. 8.9). En un principio, Dios escondió su sabiduría y bondad al mundo, permitiendo al hombre obrar a su aire, «dejándose llevar por tendencias desordenadas» (Dg. 9.1) y soportando con paciencia sus pecados. Llegado el tiempo de máxima iniquidad, cuando no le aguardaba al hombre más que «el castigo y la muerte» (Dg. 9.2), el Hijo es enviado «para cubrir nuestros pecados» (Dg. 9.3) y «justificar a los impíos» (Dg. 9.4). ¡Inesperados beneficios! ¡La iniquidad de muchos quedó oculta en el único justo, y la justicia de uno justificó a muchos inicuos! (Dg. 9.5)

A continuación, Diogneto recibe una exhortación donde se enumeran los beneficios que acarrea la aceptación de la fe cristiana, a saber, el conocimiento del Padre y el Reino de los Cielos. ¿Sospe-chas de qué alegría serás colmado cuando lo conozcas? (Dg. 10.3)

En adelante y hasta la segunda cesura, el autor describe la inversión de principios y valores que afectan a la persona y la encaminan a la imitación de Dios: Comenzarás a hablar los misterios de Dios, amarás a los que son torturados, condenarás el engaño del mundo, conocerás la verdadera vida celestial, admirarás a quienes soportan el fuego terreno... (Dg. 10.7)

Epílogo:

En este punto del texto se encuentra la segunda cesura. Lo que viene a continuación es el epílogo, que podría ser obra de otro autor. Está formado por dos capítulos que parecen orientados a su lectura en el seno de alguna comunidad. El texto se reanuda con otro estilo y contenido. Dice enseguida: «Después de haberme hecho discípulo de los apóstoles, me hago maestro de los gentiles» (Dg. 11.1). El carácter de esta afirmación es muy paulino (1 Tim 2-7).

Si, como sostiene Andriessen, el apologista Cuadrato es el autor de la epístola, estas palabras y todo el epílogo de la carta podrían ser suyos. El epílogo tiene un vocabulario específico. Se menciona a la Iglesia en dos ocasiones (Dg. 11.5) y (Dg. 11.6) como receptora de la gracia divina, cuando anteriormente, el cristianismo había sido presentado sin considerar su jerarquía.

El capítulo 12 contiene una especulación acerca del Paraíso. En el Libro del Génesis se relata que Adán y Eva, padres de la humanidad, fueron expulsados del Jardín del Edén por comer el fruto prohibido del árbol del conocimiento. Para el autor, sin embargo, la corrupción de la naturaleza humana no se debió al conocimiento adquirido sino a su adquisición en condiciones irregulares.

Es posible que el autor quisiese demostrar con esta exégesis que el cristianismo no era incompatible con la sabiduría.

Después afirma que «Eva no fue corrompida, sino que es creída virgen» (Dg 12.8). Se trata de un pasaje difícil para el que se han propuesto varias traducciones. La virginidad de Eva podría tener relación con la Virgen María ya que en la literatura cristiana primitiva, María era vista como una segunda Eva o segunda madre de la humanidad, no corrompida por el Pecado original. Concluye el texto diciendo: A él la gloria por los siglos. Amén (Dg. 12.9), que es una fórmula conclusiva del cristianismo primitivo.

AUTOR, DESTINATARIO Y FECHA

El manuscrito de Estrasburgo, desaparecido en 1870, transmitía cinco obras espurias de Justino, incluida la Epístola a Diogneto. El estilo y la elocuencia de esta carta están muy por encima de Justino.

Una vez negada la paternidad de Justino quedó abierta la cuestión para todo tipo de especulaciones. Se conjeturó que el autor era un discípulo de los apóstoles. Gallandi precisó la autoría en la persona de Apolo. Han sido propuestos también Clemente de Roma, Clemente de Alejandría, Arístides de Atenas.

Atendiendo a ciertos rasgos del escrito propios del gnosticismo se ha pensado en Marción de Sínope o en un discípulo suyo llamado Apeles.

H.I. Marrou, autor de la mayor monografía escrita sobre la Epístola a Diogneto, formuló la hipótesis de la autoría de Panteno.

Sin embargo, la atribución que más juego ha dado es la del apologista Cuadrato. La apología que Cuadrato dirigió al emperador Adriano se perdió excepto un pequeño fragmento transcrito por Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica.

En 1946, Dom Paul Andriessen profundizó la hipótesis de Cuadrato y dio forma a una ingeniosa teoría. Considerando una cesura existente en el capítulo 7 del texto, Andriessen imaginó el contenido faltante y llegó a la conclusión de que el discurso desaparecido podría parecerse al del fragmento de Cuadrato.

Preguntándose si Diogneto no sería un título honorífico y no un nombre, Andriessen conjeturó que el emperador Adriano podría haber sido conocido como tal. La comparación literaria entre el fragmento de Cuadrato y la Epístola a Diogneto no descartó la posibilidad de que hubiesen sido escritos por la misma persona. De ser cierta esta atribución, no sólo se habría resuelto la paternidad de la Epístola a Diogneto sino que se habría recuperado la apología de Cuadrato. Cuadrato sería el autor de la epístola y Diogneto un nombre utilizado para referirse al emperador Adriano.

Además de la hipótesis de Andriessen de que Diogneto podría ser el emperador Adriano, también se ha propuesto a Claudio Diogneto, procurador de Egipto en el año 197 y Sumo Sacerdote. Otra hipótesis es que el tal Diogneto fue el tutor del emperador Marco Aurelio.

La crítica sitúa la Epístola a Diogneto en el siglo II pero hacia el final, haciéndolo, en razón de su elocuencia, cima y término de la apologética griega.

El primer rasgo es la situación social del cristianismo que se señala nada más empezar: “Preguntas, Diogneto, qué Dios es ése en el que confían los cristianos y qué género de culto le tributan para que así desdeñen el mundo y desprecien la muerte”. Esta pincelada general recibe más adelante una dramático explicación: ¿No ves cómo los cristianos son arrojados a las fieras para obligarlos a renegar, y no son vencidos? (Dg. 7.7)

Esto se corresponde con la situación del cristianismo en el siglo IV, antes de la publicacion del Edicto de Milán. La Epístola describe al cristianismo como extendido por todo el mundo, lo que descarta que fuese escrito en el siglo I. Se han encontrado dependencias con escritos de Hipólito de Roma e Ireneo de Lyon, lo que lleva a situar la obra a finales del siglo II.

A pesar de ser la opción más aceptada, esta datación antenicena no explica, sin embargo, el desconocimiento que ha padecido el escrito a lo largo de la historia. Por ello también se ha dicho que la Epístola a Diogneto es una impostura tardía del siglo XVI.

DESCUBRIMIENTO DE LA OBRA

Lo más incomprensible de esta obra es que nadie la conociese antes de su descubrimiento en el siglo XV. No existe mención alguna que permita suponer que alguno de los Padres de la Iglesia tuviese noticia de su existencia. Tampoco en las fuentes griegas, judías, gnósticas se ha encontrado indicio alguno de su paso por la historia.

La carta a Diogneto tiene el raro privilegio de ser una de las pocas obras de la literatura antenicena cristiana no mencionadas por Eusebio de Cesarea. Tampoco otros historiadores de la Iglesia como Jerónimo, Genadio de Marsella, o Focio en el siglo IX, parecen haber tenido conocimiento de su existencia.

El códice con la epístola A Diogneto fue descubierto por un joven clérigo llamado Tomás de Arezzo en Constantinopla en 1436. A diferencia de otros manuscritos archivador en monasterios y bibliotecas, fue encontrado en una pescadería. El códice contenía un corpus apologeticum griego del siglo XIII o XIV que contenía 22 obras griegas. Una de ella empezaba así: Veo, excelentísimo Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos. (Dg 1.1) En consecuencia, la obra pasó a conocerse como Epístola a Diogneto.

En el siglo XVI se hicieron tres copias del manuscrito encontrado por Tomás de Arezzo.

En el año 1870, la ciudad de Estrasburgo, antes Constantinopla, se vio inmersa en el conflicto franco prusiano y sufrió un devastador asedio durante el cual la biblioteca en la que se hallaba el manuscrito fue destruida.De no ser por las copias que se hicieron en el siglo XVI, el texto de la epístola A Diogneto se hubiera perdido en ese incendio.

DE LA CARTA A DIOGNETO (Cap. 5-6; Funk 1, 317-321)

"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida.Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo.Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida.Los.judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo”.


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