TRES PARÁBOLAS DE AUSENCIA
Después de la indicación de Jesús para que acumulemos tesoros en el cielo, el evangelista hilvana tres parábolas que, en el fondo, tratan de lo mismo: la ausencia de Dios y nuestra respuesta ante ella.
La reacción de cada protagonista de la parábola depende de la imagen que tiene de ese Dios ausente que, de repente, llega. Empecemos por la última:
Para el criado que no siente suyo el mundo y cuanto Dios nos ha legado, la aparente ausencia de Dios es motivo de irresponsabilidad y desenfreno, incluida la violencia. Dios no es otra cosa que un amo y el criado tiene “moral de esclavo”: sólo trabaja en presencia del dueño. Es un relato que nos remite al hijo mayor de la parábola de hijo pródigo. A veces los hijos optamos, tristemente, por vivir como siervos…
Para el inconsciente y distraído, Dios es un ladrón, alguien cuya llegada siempre pilla desprevenido. La frivolidad y superficialidad hacen que la gran riqueza que poseemos – nuestra propia vida interior- esté siempre en peligro.
Sólo para el criado fiel que espera, Dios es un Esposo, Alguien que, por encima de todo, nos ama y nos sirve (imagen absolutamente hiperbólica y absurda la del amo que llega de madrugada y se pone a servir a los criados. Pero Dios es así)
Parece quedar claro que Jesús nos habla de dos maneras de llegar Dios a nuestra vida: de frente, llamando a la puerta, y por detrás, asaltando la casa. Dios puede llegar de forma luminosa, en instantes de dicha y felicidad, en momentos de calma y paz. Pero puede llegar “por detrás”, en el dolor y la enfermedad, la cruz callada y la soledad, el desprecio y el fracaso.
Llegue por donde llegue mi corazón debe reconocer al Esposo y “amar no el don sino la mano que me alarga el don” (San José Manyanet)