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Las palmas las llevan los fieles; no Cristo, ni el sacerdote que lo representa

El Domingo de Ramos viene a ser el introito de la Misa de Semana Santa. Entra Jesús en Jerusalén y el triunfal recibimiento que se le ofrece es el homenaje momentáneo que Israel ofrece a su Salvador, que pronto será Cordero pascual inmolado en el altar de la Cruz, en el sacrificio de la Nueva Alianza, único y definitivo.

San Andrés de Creta (+740) nos anima a revivir en la liturgia del día aquella procesional entrada gloriosa de Jesús, sentado en un borrico, acompañado de sus Apóstoles:

«Salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa Pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres. Porque el que va libremente a Jerusalén es el mismo que por nosotros, los hombres, bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y para colocarnos, como dice la Escritura, “por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido”» (Ltga. Horas, Domingo de Ramos).

La liturgia de la Iglesia inicia la celebración de este Día del Señor con una procesión en la que se reproduce la escena de Jerusalén. «Algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mt 21,9).

Por supuesto, no llevaba Cristo en sus manos una palma o una rama de olivo. Quienes los llevaban en su homenaje eran los que con alegría lo recibían como un Rey salvador.

Por eso la rúbrica que acompaña este momento solemne organiza la procesión con la Cruz alzada, el incienso, dos ministros con velas encendidas y cantos. «A continuación el sacerdote con los ministros, y por último, los fieles, que llevan los ramos en las manos». En su Directorio del año litúrgico, Pedro Farnés comenta: «Los fieles contemplan y aclaman al Señor, representado por el celebrante».

Hoy se ha debilitado la fe en el sacerdote como re-presentante de Cristo. Y se me ocurre que eso explica que tantas veces en la procesión del Domingo de Ramos veamos al Obispo o al presbítero que la preside llevando él también piadosamente una palma o una rama de olivo. Sin embargo, esta convicción de la fe está muy fuertemente expresada en los documentos recientes de la Iglesia. Los presbíteros son en la Iglesia una representación sacramental de Cristo cabeza, en cuanto Maestro, Sacerdote y Pastor.

El Concilio Vaticano II, por ejemplo, en la constitución sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, enseña que «Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro… sea sobre todo bajo las especies eucarísticas».

Y en el decreto Presbyterorum ordinis, afirma que el sacerdocio ministerial «se confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza (unctione Spiritus Sancti, speciali charactere signantur, et sic Christo Sacerdoti configurantur»).

La nueva consagración y configuración a Cristo, obrada por el sacramento del Orden, se añade e intensifica, por así decirlo, la ya recibida por todos los fieles en el sacramento del Bautismo.

Como afirma el mismo documento, «los sacerdotes están consagrados de manera nueva a Dios por el sacramento del orden (novo modo consecrati)», y así «se convierten en instrumentos vivos de Cristo, Sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo su obra admirable». Por eso el sacerdote, «a su modo, representa la persona del mismo Cristo» (ib.).

El Sínodo de los Obispos de 1971, sobre el sacerdocio, expresó esta misteriosa realidad en palabras todavía más expresivas.

«El ministerio sacerdotal del Nuevo Testamento que continúa el ministerio de Cristo mediador y es distinto del sacerdocio común de los fieles por su esencia y no sólo por grado (LG 10), es el que hace perenne la obra esencial de los Apóstoles. En efecto, proclamando eficazmente el Evangelio, reuniendo y guiando la comunidad, perdonando los pecados y sobre todo celebrando la Eucaristía, [el sacerdote] hace presente a Cristo, Cabeza de la comunidad, en el ejercicio de su obra de redención humana y de perfecta glorificación de Dios… El sacerdote hace sacramentalmente presente a Cristo, Salvador de todo el hombre, entre los hermanos, no sólo en su vida personal, sino también social» (I,4). Y muy especialmente en toda acción litúrgica.

¿Qué hace, pues, el sacerdote en la procesión de los ramos? Evidentemente, su función es re-presentar a Cristo Salvador, darle presencia visible y audible en la evocación litúrgica de su entrada en Jerusalén, como signo suyo sagrado, en medio de los fieles, que aclaman al Señor con sus cantos y sus ramos.

José María Iraburu, sacerdote

Post-post. – He consultado la cuestión precedente con don José Antonio Goñi Beásoain de Paulorena, Delegado Episcopal de Liturgia en la diócesis de Pamplona, doctor en liturgia y jefe de redacción de la revista «Phase», que ha tenido la gentileza de enviarme su artículo ¿Quién representa a Cristo en la procesión del Domingo de Ramos? («Phase» 53, 2013, 209-211).

En él comienza por afirmar que el sacerdote representa a Cristo (Vaticano II, SC 7; enc. Mysterium fidei, etc.), y se detiene especialmente en señalar la presencia de Cristo «en el sacerdote que preside la celebración litúrgica». Este misterio se expresa sobre todo cuando en la Eucaristía el sacerdote dice «esto es mi cuerpo», «éste es el cáliz de mi sangre». Pero la representación de Cristo viene a ser igualmente patente en todas las celebraciones litúrgicas, por ejemplo, cuando el sacerdote realiza el lavatorio de los pies, en Jueves Santo.

Establecida esta premisa fundamental, pasa el profesor Goñi a considerar el título de su artículo: ¿Quién representa a Cristo en la procesión del Domingo de Ramos? «Llama la atención que nadie representa a Jesucristo en la procesión que inicia la misa del domingo de ramos, donde todos aclaman a Cristo con palmas en las manos recordando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén seis días antes de la Pascua (cf. Jn 12,1-16).

Todos, incluidos el presidente y los concelebrantes, llevan palmas en sus manos y aclaman a Cristo. Si el presidente y los concelebrantes, estuvieran representando a Cristo, lo propio sería que no llevaran palmas.

«Si volvemos la mirada a la historia de la liturgia, encontramos testimonios medievales que señalan de diferentes modos la ræpresentatio Christi en esta procesión, variando según los lugares. Así, en Italia, Cristo era representado bien por el Evangeliario, envuelto en un tapiz purpúreo, puesto sobre un portatorium –una especie de féretro ricamente adornado–, que era portado por cuatro diáconos, o bien por un gran crucifijo descubierto y rodeado de guirnaldas de fresco verde. En Alemania, se llevaba un asno de madera que tiraba de un carrito sobre el cual estaba colocada una estatua del Salvador. En Milán, era el propio arzobispo quien iba montado en un caballo representando a Cristo. En Inglaterra y en Normandía, se llevaba en procesión la Santísima Eucaristía.

«Sin embargo, todas estas prácticas cayeron en desuso y no ha permanecido ninguna. Lo más sencillo hubiera sido que, en la reforma litúrgica postconciliar, habrían indicado que al presidente de la celebración no le corresponde llevar palmas por este motivo. Pero no fue así. Queda, por tanto, abierta la reflexión al respecto para una futura cuarta edición típica del Misal Romano donde podrían realizarse las correspondientes modificaciones». Hasta aquí, el doctor Goñi.

La rúbrica que corresponde a la última edición latina del Misal Romano (Missale Romanum…. Editio typica tertia, 20 aprilis 2000… Typis Vaticanis 2002), en la Dominica in Palmis de Passione Domini, en el nº 9, como el mismo profesor Goñi me ha advertido, mantiene la norma que yo he citado arriba en la edición española: «Et incipit, more solito, processio ad ecclesiam, ubi celebrabitur Missa. Præcedit, si thus adhibetur, thuriferarius cum thuribulo fumigante, deinde acolythus vel alius minister deferens crucem, ramis palmarum ornatam iuxta locorum consuetudines, medius inter duos ministros cum candelis accensis. Sequuntur diaconus, librum Evangeliorum deferens, sacerdos cum ministris, et, post eos, fideles omnes, ramos gestantes».

El sacerdote, por tanto, que preside la procesión del Domingo de Ramos, representando a Cristo, si se atiene a lo dispuesto en el Misal Romano, no debe llevar ramos, sino que éstos, detrás del sacerdote y los ministros (post eos), los llevan los fieles.

Los obispos, por su parte, harán lo mismo si se atienen al Misal Romano y llevarán, en cambio ramo, si prefieren cumplir lo dispuesto en el Ceremonial de los Obispos: …«después el obispo con mitra y su ramo en la mano… Todos, sean ministros, sean fieles, llevan ramos» (nº 270). Y en tal caso, como indica el autor citado, en la procesión del Domingo de Rramos no habrá ninguna representación sacerdotal visible de Cristo.

Fuente: infocatolica.com

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