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LUNES SANTO

Isaías 42,1-7

Salmo 27,1-3.13-14:

El Señor es mi luz y mi salvación

Juan 12,1-11

 

 

Isaías 42,1-7

 

Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas. 

 

Salmo 27,1-3.13-14:

El Señor es mi luz y mi salvación

 

El Señor es mi luz y mi salvación, 

¿a quién voy a tenerle miedo? 

El Señor es la defensa de mi vida, 

¿quién podrá hacerme temblar?

R. El Señor es mi luz y mi salvación

 

Cuando me asaltan los malvados 

para devorarme, 

ellos, enemigos y adversarios,

tropiezan y caen.

R. El Señor es mi luz y mi salvación

 

Aunque se lance contra mí un ejército, 

no temerá mi corazón; 

aun cuando hagan la guerra contra mí, 

tendré plena confianza en el Señor.

R. El Señor es mi luz y mi salvación

 

La bondad del Señor 

espero ver en esta misma vida. 

Armate de valor y fortaleza 

y en el Señor confía.

R. El Señor es mi luz y mi salvación

 

Juan 12,1-11

 

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él. 

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