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Constituciones: EL PADRE FUNDADOR EXHORTA A SUS HIJOS

Esta exhortación del Padre Fundador precede el primer texto de las Regulae et Constitutiones presentadas en Roma en 1878 y las dos ediciones de la Suma de las Reglas y Constituciones publicadas en 1882 y 1884.


Todos los que con la gracia del Señor han sido llamados a esta Congregación, tengan siempre presente y procuren recordar que, a ejemplo de Jesús, María y José, no han venido a ser servidos sino a servir y a entregar su vida por todos para ganarlos para nuestro Senor Jesucristo.


Así pues, persuádanse que han renunciado a los honores y dignidades y que han de procurar con todas sus fuerzas la maxima santificación de sí mismos, no sólo por la perfecta observancia de la ley, sino también por la práctica de los consejos evangélicos.


Y como el objeto de este nuestro Instituto, a saber, acoger a los niños y jóvenes, enseñarles, instruirles y formarles según el Corazón de Jesús, es ministerio de continuado sacrificio, conviene en gran manera que seamos hombres crucificados a todas las cosas del mundo y él en nosotros; hombres nuevos, despojados de toda pasión y desordenado afecto y revestidos de Cristo; muertos a sí mismos para vivir en santidad; que aparezcamos, según dice el Apóstol, como ministros de Dios en trabajos, vigilias, ayunos; en castidad, en ciencia, en longanimidad, y en dulzura en el Espíritu Santo; en caridad no fingida, en las palabras verdaderas y caminando fervorosos a la patria celestial, procuremos guiar a los demás con las armas de la justicia, usándolas diestramente de una y otra parte, ya por la honra y la deshonra, por infamia o buena fama, ya por la prosperidad o adversidad, no mirando otra cosa que la mayor gloria de Jesús, María y José.


Sí, hermanos muy amados e hijos carísimos; ya que hemos tenido el honor y la particular dicha der ser de los llamados, sigamos y cumplamos como buenos. No nos espanten las fatigas que tanta felicidad nos proporcionan; estemos aparejados hasta morir gloriosamente en nuestra empresa, y no demos tanta afrenta a nuestra gloria que, cobardes, cumplamos mal nuestro deber o abandonemos nuestro lugar. Tene quod habes, os digo con el discípulo amado, ut nemo accipiat coronam tuam. El que así lo hiciere y persevere hasta el fin, de seguro recibirá el cien doblado en esta vida y después la eterna bienaventuranza.

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