Nuestra consagración religiosa, la comunión fraterna, arraigada y cimentada en la caridad, y también nuestra propia misión y acción apostólica están marcadas por una nota especial que da sentido e identidad a nuestro modo de ser.
Porque nosotros, Hijos de la Sagrada Familia, somos testigos y apóstoles del misterio de Nazaret. Nuestro trato diario es con Jesús, María y José. Constantes en la oración, amándonos mutuamente con amor fraternal, haciéndolo todo para gloria de Dios, compartimos con Ellos la experiencia de vida familiar de Nazaret.
Y damos testimonio de lo que oímos, cada día, en Nazaret, de lo que vemos con nuestros ojos, contemplamos y tocan nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, y lo anunciamos a la familia humana: es decir, anunciamos a Cristo, que quiso hacerse partícipe de la comunidad de los hombres y vivir en una familia; santificó el amor de los esposos con su presencia en el hogar; acogió a los niños y los bendijo afectuosamente; y, sujeto a María y a José, empezó en el humilde trabajo de Nazaret la obra de redención que, obediente hasta la muerte, consumaría en la cruz.
Directorio 3:
3. La vida y la doctrina del Padre Fundador nos señalan los resortes necesarios para vivir la consagración religiosa en nuestro Instituto. Por ello, la imitación de sus virtudes, la lectura, el estudio y la meditación de sus escritos son un deber para cada uno de nosotros que tiene que acompañar toda nuestra vida e iluminar la trayectoria del Instituto en todas partes.
Este contacto con el espíritu y la fuerza apostólica del Padre Manyanet lo mantendrán vivo entre nosotros y lo podremos reconocer en cada uno de los hermanos.
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