De la tormentosa relación de Jesús con Nazaret
Si se pregunta en la calle por la ciudad de Nazaret, la respuesta generalizada de los que más o menos conocen el relato evangélico será algo así como “la ciudad en la que vivió Jesús después de nacer en Belén”. Ahora bien, pocos son los que se hallarán en situación de exponer las muchas y por veces tormentosa relación que unió a Jesús con la ciudad en la que se crió.
Para poner las cosas en su contexto histórico-geográfico, dentro de lo que es Israel, Nazaret pertenecía a la región de Galilea, en la que en la época de Jesús reina Herodes Antipas. Y no a la de Judea, -en la que se hallan tanto Belén como Jerusalén-, convertida en provincia romana una vez depuesto el caótico rey judío Arquelao en el año 6, y por ello directamente gobernada desde Roma por un procurador. Procurador que cuando se produzcan los acontecimientos que desencadenarán la crucifixión de Jesús, no será otro que, precisamente, Poncio Pilatos.
En los Evangelios, la ciudad de Nazaret, sea como tal ciudad, sea a través del gentilicio que le corresponde, es mencionada en 23 ocasiones: 5 en el de Mateo; 5 en el de Marcos; 8 en el de Lucas, y 5 en el de Juan.
Sobre esas menciones se pueden aún añadir algunas particularidades. De las 5 veces que la menciona Mateo, 3 de ellas lo son para dar apellido a Jesús, “Jesús de Nazaret”, incluso “Jesús el Nazoreo”. De las 5 que lo hace Marcos, 4 lo son con la misma finalidad. Lucas menciona Nazaret con dicha finalidad vocativa en 3 ocasiones de las 8 que lo hace, 2, de hecho, como “Jesús el Nazoreo”. Y Juan, en 3 de las 4.
Y todavía otra particularidad: tanto Mateo como Lucas denominan a la ciudad “Nazaret” cuando la refieren a la infancia de Jesús, y "Nazará" cuando, ya durante su ministerio, la vinculan a su procedencia geográfica. Lo que, curiosamente, se constituye en una bonita prueba (una más) de que Lucas no sólo conocía el Evangelio de Mateo (que se ha de considerar anterior), sino de que lo utiliza concienzudamente como fuente del suyo.
Dicho todo lo cual la pregunta es: si Jesús no nace en Nazaret sino en Belén, ¿cómo llega entonces a Nazaret?
Al tema sólo se refieren dos de los evangelistas, Mateo y Lucas, es decir, los dos que escriben un evangelio de la infancia, y no lo hacen ni Marcos ni Juan. Pero curiosamente, para cada uno de ellos, las circunstancias en las que el evento ocurre son diferentes, muy diferentes.
Para Mateo, ello sucede una vez que la Sagrada Familia, que parece residir originariamente en el Belén en el que nace Jesús, vuelve del “exilio egipcio” al que se había retirado huyendo de la matanza de infantes ordenada por Herodes el Grande (Mt 2,16-18)
“Al enterarse [José al volver de Egipto] de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret” (Mt 1,22-23).
Para Lucas en cambio, la Sagrada Familia reside originariamente en Nazaret, y la razón de hallarse en Belén cuando nace el niño es circunstancial y está relacionada con el hecho de que José tenía que empadronarse en Belén, de la que su familia era originaria. Una vez ocurrido el nacimiento, la familia vuelve con toda naturalidad a Nazaret (sin pasar, por cierto, por Egipto).
Si curiosa es la razón por la que Jesús, nacido en Belén, viene a parar a Nazaret, no menos curiosas son las circunstancias en las que lo abandonará, estrechamente relacionadas, como vamos a ver, con el inicio de su ministerio.
Los tres evangelistas sinópticos están de acuerdo en que el ministerio de Jesús comienza con el bautismo de manos de Juan el Bautista:
“Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan” (Mc 1, 9)
“Entonces se presenta Jesús, que viene de Galilea al Jordán, a donde Juan, para ser bautizado por él” (Mt. 3, 13).
“Todo el pueblo se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración” (Lc 4,21).
Están también de acuerdo los tres en que a continuación se retira al desierto durante cuarenta días (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13) . Pero y después, ¿qué pasa después?
Marcos simplemente nos dice que Jesús "marcha a Galilea" (Mc 1,14) y "llega a Cafarnaúm" (Mc 1,21). Mateo, aunque algo más explícito que su colega cuando nos dice que “dejando Nazará, vino a residir en Cafarnaún junto al mar” (Mt 4,13), tampoco nos da mayor explicación.
Ahora bien, ¿cómo y por qué no regresa a Nazaret como habría sido lo lógico siendo de él que provenía, y se establece, en cambio, en Cafarnaúm?
En realidad, sólo Lucas nos lo explica, en el episodio que justo detrás de aquél en el que describe el retiro en el desierto, se convierte en su Evangelio en el acto iniciático del ministerio de Jesús.
“Vino a Nazará [sic], donde se había criado; entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido, para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’. Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: ‘Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy’” (Lc 4,16-21).
Las consecuencias de su sermón van a ser terribles:
“Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira y levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó”
(Lc 4,28-30).
Es decir, que por poco lo finiquitan sin darle tiempo ni a empezar su misión. Cabe preguntarse por ese “pero él, pesando por medio de ellos, se marchó”, que hace pensar en un Jesús etéreo, capaz de abstraer su alma y su cuerpo a los eventos que ocurren a su alrededor y salir incólume mientras el vulgo grita enfurecido; o, en todo caso, en una turba paralizada, incapaz de retener al reo al que hace sólo un momento pretendía lanzar al vacío.
Existe todavía una curiosa referencia evangélica a la ciudad en la que se cría Jesús que no me resisto a incluir aquí. Aquélla en la que el interlocutor se pregunta: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?”, que el evangelista Juan pone en boca del apóstol Natanael (Bartolomé en las versiones sinópticas) cuando Felipe le asegura:
“Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1,45)
Dicho todo lo cual, no cabe sin embargo negar que, a pesar de todo, la vinculación de Jesús con Nazaret es profunda. Tan profunda que, de hecho, será conocido entre sus contemporáneos como Jesús de Nazaret, Jesús el Nazareno o Jesús el Nazoreo, según demuestran las hasta trece veces en que aparece mencionado así a lo largo de las páginas evangélicas, algo que no cambia en modo alguno ni las circunstancias en las que tiene lugar su nacimiento, ni aquéllas en las que se produce su abrupto abandono de la ciudad.