Celebramos en este día a los primeros mártires de la Iglesia de Roma, aquellos que padecieron por Cristo debido a que, como nos cuenta Cornelio Tácito, “Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos.”
O sea que pagaron los platos rotos de la locura y estupidez del emperador de turno que supo aprovechar en su favor las calumnias que corrían sobre los cristianos, como nos explica el mismísimo Tertuliano “atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses. Y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”
Son muchos los cristianos que alcanzaron a llegar a la Gloria del Cielo en esta persecución. Recordemos que los más destacados son San Pedro y San Pablo, cuya fiesta celebrábamos ayer.
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