¿Quién dice la gente que soy yo?, preguntó Jesús en aquella jornada de Cesarea. “Pues unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas.” La gente estaba en Babia, no sabían de Jesús ni paparra, le seguían porque hablaba muy lindo, les curaba y les llenaba la panza, pero nada más.
Y ustedes ¿Quién dicen que soy?, vuelve a preguntar. Y San Pedro, que se sabía el catecismo de pe a pa, responde como un papagayo “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” ¡Esa es la respuesta! Un diez para Pedro.
¿Un diez? En realidad tampoco conoce a Jesús porque, enseguida, cuando éste habla de su pasión, salta Pedro “¡lejos de ti ese sufrimiento!” ¡qué tonterías dices!
San Pablo tampoco conocía a Jesús, lo perseguía espada en ristre, y dicen que iba a lomos de un caballo que debía ser invisible porque en el relato bíblico no hay ni rastro del bicho. Eso sí, se cayó y tuvo que levantarlo el Señor que le dijo ¡hombre! ¿por qué me persigues?, ¡no seas animal, deja la espada y toma más bien la cruz!
Hoy celebramos el martirio de estos dos gigantes de la fe. Y los podemos celebrar porque, a pesar de los pesares fueron constantes en su seguimiento de Cristo y finalmente se enteraron de quien era. ¡Por fin se dieron cuenta que conocer a Jesús no es hablar de Él! conocerle es vivir cómo Él, amando y entregándose a servir a los demás que es la causa del Reino de los cielos. Y eso pasando por encima de todas las dificultades, aunque esta conducta lleve a perder la cabeza bajo la espada, como San Pablo, o morir en una cruz, cabeza abajo como San Pedro.
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