“Todo árbol bueno da frutos buenos” nos dice Jesús en el Evangelio de hoy. Y San Ireneo dio siempre frutos de primera calidad. Su nombre significa “pacificador” y justo eso fue lo que hizo este hombre durante toda su vida. Le tocó vivir una época muy complicada por las persecuciones y los errores sobre la fe como los gnósticos, montanistas y otras “yerbas” y siempre supo mantener el equilibrio y dar serenidad a la Iglesia.
Fue discípulo de san Policarpo, que, recordemos, había bebido el Evangelio de San Juan evangelista; y para defender la verdadera fe escribió su famoso tratado “Adversus haereses” (Contra los herejes).
San Ireneo fue un santo viajero, como san Pablo, y eso le salvó la vida cuando la persecución de los mártires de Lyon pues había ido a Roma a encontrarse con el Papa. A su regreso en el año 178 fue elegido obispo de esa ciudad y allí permaneció hasta su muerte, según parece, martirizado, dando siempre ejemplos de sabiduría y equilibrio y, sobre todo, de bondad y santidad.
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