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“De entre los nacidos de mujer nadie es mayor que Juan Bautista”. La frase no es de cualquier pelagatos. Son palabras nada más y nada menos que del mismísimo Jesús. Además eran primos hermanos. El segundo misterio de gozo nos recuerda que la Virgen fue a la montaña a visitar a sus parientes y saludó a Isabel. Con Zacarías no pudo hablar ni mú porque el viejito no hablaba, era todo oídos, atento a la Palabra de Dios, desde que le oyó en el templo y la lengua le quedó atrofiada.
La mudez le duró hasta que los metidos de turno quisieron torcer los planes de Dios, imponiendo al pequeñín el nombre de su padre. Ahí soltó la lengua Zacarías para decir ¡Paren el carro! ¡Su nombre es Juan porque esa es la voluntad del Altísimo!
Los hijos del Zebedeo pidieron un día a Jesús ser los más importantes en el Reino de los Cielos; y los demás apóstoles se enfadaron de lo lindo porque cada uno de ellos quería ocupar el puesto principal. Juan, en cambio, que tenía más derecho que ninguno, nunca pidió nada para sí, se limitó a ser la voz que grita para que le preparemos el camino al Señor y la señal que apunta hacia Él “Ese es el Cordero de Dios… yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia”; pero entre los nacidos de mujer Juan es el más grande.
Juan, la voz que clama en el desierto, nunca tuvo pelos en la lengua, por eso lo detuvo Herodes y por eso le mandó cortar la cabeza. Pero eso es otra historia, hoy celebramos el nacimiento de Juan Bautista, el que saltó de gozo en las entrañas de su madre ante la presencia del Salvador.