Se llamaba Juan pero, enamorado del camino de santidad de San Francisco de Asís, entró en los frailes menores, cambiando su nombre por el de Buenaventura.
Estamos ante uno de los más brillantes doctores en teología no solo de su tiempo sino de todas las épocas, pero lo que verdaderamente destacó siempre en él fue su espíritu de pobreza y humildad al servicio de su Orden y de la Iglesia.
Elegido superior general muy joven, cargo que desempeñó durante 17 años, supo atajar con amor y energía al mismo tiempo los intentos de algunos religiosos por suavizar la regla de San Francisco.
El Papa Clemente IV trató de hacerlo arzobispo de York, pero Buenaventura se las ingenió para escurrir el bulto. Él no deseaba cargos ni honores, sólo buscaba la santidad. Por esta vez la jugada le salió bien pero, poco después, el Papa Gregorio X lo nombró obispo de Albano y le hizo cardenal, obligándole a aceptar en virtud de santa obediencia.
San Buenaventura se encargó de preparar el Concilio ecuménico de Lyon, y durante la celebración del mismo, el año 1274, mereció ser llamado a la casa del Padre.
Se le conoce como el Doctor Seráfico por las virtudes angelicales que atesoró y nada tiene que ver con el "te echo la buenaventura resalao" de las gitanas de antaño.
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