Con eso del título de apóstol hay un pequeño lío. Para unos como san Mateo, se llama apóstol a cada uno de los doce discípulos que vivieron con Jesús, acompañándole a todas partes menos al Calvario que no les molaba mucho; para otros, entre ellos el mismo san Pablo, se es apóstol por vocación y dedicación a la causa del Evangelio.
Pues bien hoy celebramos a uno de éstos, a san Bernabé a quien el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles le aplica el título y nos cuenta al mismo tiempo que vendió un campo que tenía y entregó el dinero para la causa de los pobres.
La rumorología popular dice que perteneció al grupo de los 72 discípulos enviados por Jesús que regresaron más contentos que unas pascuas porque habían dado vista a ciegos, pies de gacela a tullidos, movilidad a paralíticos, incluso echaron demonios y toda la pesca al tiempo que proclamaban el Evangelio. En realidad no sabemos si fue uno de los afortunados. Lo realmente atestiguado es que fue compañero de san Pablo que lo quería un montononón y que fundó la comunidad cristiana de Antioquía donde el número de creyentes creció tan rápidamente que, por primera vez, les dieron el nombre de cristianos.
En Listra, a propósito de una curación realizada por san Pablo con Bernabé de compañero la gente sorprendida comenzó a gritar “¡Los dioses han venido a nosotros!” Y a Bernabé le llamaban Júpiter y a Pablo, Mercurio porque era el que llevaba la voz cantante. Según una tradición, Bernabé, murió lapidado por unos judíos en Salamina.
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