Justino es, seguramente, uno de los sabios cristianos más importantes de la antigüedad y, sin duda, el más importante del siglo II. Nació en Siquén, en Palestina, aunque no era judío; pero sí era filósofo; y parece que buscando como filósofo, la razón de ser de las cosas la encontró en Cristo y se enamoró de Él.
Escribió unos cuantos tratados que no voy a citar porque la mayoría se han perdido. Si quiero citar dos obras contra los paganos que escribió nuestro santo para enviar al emperador Antonino Pío con la sana intención de convencerlo para que no juzgara a los cristianos sin escucharlos antes, pues no se puede condenar a nadie por un nombre (cristianos) sino por crímenes reales.
Como pueden comprender ustedes los emperadores se hicieron los de la oreja mocha. De tal manera que nuestro santo murió mártir en tiempos de Marco Aurelio, pero antes nos dejó un testimonio de cómo y cuándo se celebraba la Misa en su tiempo. La verdad es que era muy parecida a la que celebramos nosotros y se celebraba el domingo porque es el día de la Resurrección del Señor.
Desde el año 165 ocupa un puesto importante entre los santos en el Reino de Dios.
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