Parroquias para ser santos
Es que si no, ¿para qué leches queremos acudir a la parroquia?
Estoy despidiéndome de la parroquia de la Beata María Ana Mogas y el próximo domingo tomaré posesión de las de San Vicente Mártir de Braojos, Santo Tomás Apóstol de Gascones y San Andrés Apóstol de La Serna del Monte.
Pienso en el pasado, pienso en el futuro. En lo hecho, en lo por venir. Y vuelvo a reafirmar que no puedo tener otro objetivo en mi ministerio sacerdotal que el de ayudar y ayudarnos a llegar a la santidad.
Se me queda corto eso de compartir, la misa es una fiesta y yo te quiero tralará, y miren que lo practiqué en su momento. La parroquia o nos hace santos, gente capaz de vivir con dignidad en este mundo y llegar un día al cielo, o es una pérdida de tiempo.
Demasiadas veces vivimos parroquias gaseosas, de aparente actividad y movimiento, con mil horas cubiertas y las salas a tope de gente, que sin embargo no son más que aire y humo. Lo he vivido. Lo sé. Pero el Señor te hace ir aprendiendo. Y en esta parroquia de la Beata Mogas, de la que mañana me despido, me ha hecho entender que por encima de cualquier otra consideración, la parroquia está para hacer santos, y que las horas que hemos podido facilitar de adoración ante el Santísimo, las pasadas en el confesionario o en el despacho atendiendo a la gente, cada misa bien celebrada, cada momento de reflexión, cada día que hemos sabido acoger a los pobres, nos han hecho más de Cristo.
Se va cerrando la tarde. En un rato recogeré el ordenador y echaré la llave por última vez a lo que ha sido mi despacho, a la mesa que tanto sabe de dolor y de gracia, a las horas pasadas aparentemente en balde, pero que hablaban al pueblo de Dios de que el sacerdote siempre estaba.
Mi lema en la parroquia ha sido y quiero que sea doble. Por un lado, saber que cada persona de la parroquia, aunque se considere no creyente, es cosa de alguna manera mía. Y que mía es la preocupación de que viva con dignidad material y moral y un día llegue al cielo. Por otro, descubrir que la parroquia es, ante todo y sobre todo, estar. El sacerdote está, siempre está, aunque aparentemente no haga nada. Está.
He pasado la mañana arreglando la casa parroquial en La Serna del Monte. Tiene una buena calefacción, espero, y también una coqueta estufa de leña. Creo que voy a utilizar mucho la estufa. Me gustará eso de que la gente pueda decir: “está el señor cura, sale humo de la chimenea de su casa”. Sabrán por el humo que estoy. Con ellos, a su lado, en el calor del verano y cuando el frío del invierno reduce la vida al mínimo. Estaré. No es poco.
Pobre cura que se piense que la parroquia es un horario de funcionamiento. Pobres fieles acostumbrados a la misa del domingo y ya volveré. No es eso. Es estar juntos para ser santos. Aunque no nos veamos, aunque no coincidamos, pero saber que estamos cerca. Juntos. Para ayudarnos en el camino del cielo.
Mañana dejaré un manojo de llaves. Ya tengo en el coche varios llaveros. Señales de un compromiso sacerdotal que se renueva. En Madrid, en la sierra, siempre es lo mismo: ayudarnos a recorrer el camino de la santidad.