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26, Martirio de San Esteban

PRIMERA LECTURA:

Hechos de los apóstoles 6,8-10;7,54-60

 

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró.

SALMO 30,3cd-4.6 y Sab 16bc-17

R. A tus manos, Señor,

encomiendo mi espíritu

Sé la roca de mi refugio, 

un baluarte donde me salve, 

tú que eres mi roca y mi baluarte; 

por tu nombre dirigeme y guíame. 

R. A tus manos, Señor,

encomiendo mi espíritu

A tus manos encomiendo mi espíritu: 

tú, el Dios leal, me librarás. 

Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. 

Te has fijado en mi aflicción. 

R. A tus manos, Señor,

encomiendo mi espíritu

Líbrame de los enemigos que me persiguen; 

haz brillar tu rostro sobre tu siervo, 

sálvame por tu misericordia. 

R. A tus manos, Señor,

encomiendo mi espíritu

EVANGELIO:

Mateo 10,17-22

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»

 

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