Espíritu de la Sagrada Familia, Jesús, María y José
Costumbres y Prácticas Espirituales, 1995
Lo mismo que el Pueblo de Israel celebraba el recuerdo de su liberación de la esclavitud, así la Iglesia, como nuevo pueblo de Dios, celebra en la Pascua la acción definitiva y liberadora de Dios a través de Cristo. Se repite así en la vida de los creyentes el misterio de la salvación en su inseparable movimiento de muerte y vida: muerte al pecado y nueva vida en Cristo Resucitado. Cuaresma y Pascua son, en esta perspectiva, el núcleo original de la experiencia cristiana que renueva cada año la Iglesia en camino hacia la casa del Padre.
La dinámica del éxodo la vivió el Hijo de Dios en el seno de una familia humana. José y María, junto a su hijo, anticiparon en su propia carne las espinas punzantes del dolor y los presagios de la cruz:
- en la presentación en el Templo ante la profecía de Salomón —“y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2,35) - en el destierro a Egipto perseguidos por Herodes - en el atisbo, a los doce años, de que otra misión apremiaba al Hijo querido, “pues debía estar en la casa de
su Padre” (Lc 2,49) - y en el abandono del hogar familiar ante la llamada imperiosa a evangelizar
Sobre todo, María experimenta el doloroso alumbramiento de la Iglesia, esposa de Cristo, nacida de su corazón traspasado. María se convierte así en la Madre de la Iglesia, estando de pie junto a la cruz, ella que concibió al Hijo y lo dio a luz en Belén. Podemos ver en esta escena evangélica la realización del misterio pascual de María junto a su Hijo. En efecto, Cristo se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo y se humilló obedecien-do hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Flp 2,5-8).
A los pies de la cruz, María participa, por la fe, en el desconcertante misterio de este anonadamiento. Es ésta tal vez la más profunda kénosis de la fe en la historia de la humanidad (Redemptoris Mater 18). A la vez, la Madre de la Iglesia en este alumbramiento doloroso experimenta la incontenible alegría pascual, pues “la mujer cuando va a dar a luz está triste porque ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo” (Jn 16,21).
Los Hijos de la Sagrada Familia, unidos a este éxodo del Hijo de Dios, junto a María y a José, renovamos nuestros compromisos bautismales y la consagración religiosa que es la plenitud del Bautismo. Precisamente una de las llamadas prioritarias del tiempo de Cuaresma es la invitación a redescubrir y profundizar nuestra opción total por Cristo.
Vivimos con intensidad este tiempo fuerte del Año litúrgico siguiendo las orientaciones de la Iglesia.
Las prácticas tradicionales es las que ésta pone el acento son:
- la oración, que hace referencia a nuestra relación con Dios - la limosna que nos abre al hermano necesitado - el ayuno que abarca a uno mismo, a Dios, por el cual se ayuna, y al hermano, para que redunde en provecho de él.
Efectivamente, el ayuno, que también es ascesis y mortificación, no es un ejercicio cuyo objetivo sea alcanzar una simple perfección humana sino en buscar a Dios como Absoluto, sacrificando las apetencias que estorban su acción en nosotros, y así conseguir una orientación profunda y estable de toda la persona hacia él. Ello ha de redundar, naturalmente, en bien del hermano.
“La Cuaresma es un tiempo fuerte de penitencia, durante el cual la comunidad establece algunas prácticas de mortificación comunitaria” (D 52)
Según las disposiciones de la Iglesia, el míercoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y los viernes de cuaresma de abstiencia.
Para comprender el sentido del ayuno es necesario referirlo a la conversión. El abstenerse de la comida y la bebida tiene como fin introducir en la vida del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como “actitud consumista” (Juan Pablo II, 21-III-1979).
Las celebraciones comunitarias en este tiempo ofrecen numerosas posibilidades: liturgia de la Palabra, predicaciones, conferencias cuaresmales, Vía Crucis, renovación de las promesas del Bautismo, retiros...
Celebramos con intensidad especial la Semana Santa, participando en los oficios litúrgicos preparados con esmero, dando gran importancia al silencio y recogimiento, contemplando con amor el misterio de la Cruz que nos lleva a la Resurrección.
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