Constituciones 11:
El don de la castidad
Abrazamos por amor y con agradecimiento la castidad consagrada como un don recibido del Padre celestial.
Por ella nos configuramos a Cristo, que compartió con María y José la forma de vida casta que Él escogió para sí y propuso a los que quisieran seguirle más de cerca.
Como respuesta a este don nazareno, nos comprometemos con voto a guardar la continencia perfecta por el Reino de los cielos en el celibato. Con ello nos adherimos más fácilmente a Dios como a nuestro amor supremo y nos entregamos con prontitud y libertad de espíritu al servicio de Dios y a la salvación de las almas.
Jesús, María y José nos inspiran, nos ayudan y nos estimulan en la profundización, defensa y guarda de este don.
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