Carta programática del sexenio (31 enero 1933)
(1). A nuestros muy amados Padres y Hermanos en J.M.J.:
No repuesto por completo nuestro espíritu de la profunda perturbación ocasionada en él por el resultado, referente a nuestra persona, de las elecciones verificadas el día 12 del presente mes; sin haber logrado zafarse todavía del abatimiento en que le sumiera la decisión Capitular, cumplimos con el deber ineludible y sagrado de saludar a nuestros RR.PP. y hermanos desde el Órgano Oficial de nuestra Congregación, dándoles un fraternal abrazo, transmisor del religioso afecto que nuestro corazón atesora, expresión de nuestro agradecimiento y prenda de unión inquebrantable para continuar desempeñando la misión providencial por Dios confiada a nuestra amadísima Congregación.
(2). Varios motivos poderosos presentó a nuestro espíritu la reflexión, atajando el camino a la persistente, casi invencible tentativa de renuncia, basada en el conocimiento que, gracias a Dios, tenemos de nuestra incompetencia para lo que nuestro cometido tiene de oneroso y la completa ausencia de méritos positivos para lo que de honroso envuelve.
(3). Primero: la voluntad divina manifestada claramente en la espontánea convergencia de voluntades en el punto más insignificante del Capítulo, nuestra humilde persona. Segundo: la adhesión individual y colectiva expresada con tanta rapidez como sinceridad, garantía de cohesión indispensable para el acierto en la ardua labor que nos espera. Tercero: nuestro amor propio que no puede sufrir ni en sospecha la presunción del más leve desafecto a nuestra amadísima Congregación, y a ello podía dar margen, con visos de certeza, una resistencia obstinada, ante la perspectiva poco halagüeña que los tiempos actuales ofrecen a nuestra vista. Cuarto: la indiscutible competencia, actividad y celo de los M. Rdos. Padres elegidos para integrar nuestra Curia generalicia.
(4). Aquí, pues, nos tenéis con la rémora de nuestra insuficiencia, pero con un gran caudal de buen voluntad que la divina gracia hará eficiente por vuestras oraciones, neutralizando los posibles efectos de la primera.
(5). Aceptad ahora, amados hermanos, unas sencillas reflexiones, primicias de nuestro ejercicio, que, si por lo mismo, no están bien pergeñadas, son al menos bien sentidas y mejor bien intencionadas.
(6). Demos comienzo evocando el recuerdo de seres queridos, prematuramente arrebatados de nuestra compañía. A ellos el tributo de nuestra compañía. A ellos el tributo póstumo de nuestra admiración y sobre todo de nuestras oraciones. A todos ha sorprendido el Señor de la vida, no en el merecido disfrute de una justa jubilación, sino en el cumplimiento estricto, edificante, de un deber subjetiva y objetivamente espinoso, con el arma al brazo y frente al enemigo, prodigando energías hasta consumar el holocausto de su vida en aras de su amor a la Madre que nos engendró a la vida religiosa. Dios los quiso en el cielo porque la tierra no era digna de ellos. Dejan un claro marcado en nuestras filas, un vacío notable en nuestras actividades, pero su influencia en el cielo ante Jesús, María y José, suplirá con ventaja su ausencia de la tierra. Ello aleja de nosotros toda idea derrotista, a la vez que nos da una inyección eficacísima de optimismo, pudiendo así mirar el porvenir con la serenidad del que tiene puesta su confianza en Dios.
(7) Mas para que esta confianza no resulte ineficaz por culpa nuestra, debemos conservar y fomentar por todos los medios a nuestro alcance, la verdadera unión que refunda nuestras almas y nuestros corazones, hasta lograr el espíritu de los primitivos cristianos, que eran cor unum el anima una.
(8). Nos habéis elegido, amados hermanos, para cabeza de este organismo, sin que soñáramos en vuestras intenciones, contrariando nuestra natural inclinación, y, a pesar de la repugnancia a toda suerte de responsabilización, aceptamos el sacrificio que supone habituarse a obrar contra la convicción personal, máxime en este caso concreto; es justo, pues, al aceptarlo y prometer nuestra absoluta dedicación y contracción a su logro, como lo hacemos ante Dios y ante vosotros, que no se nos niegue el derecho a exigir de vosotros análoga determinación al respecto, en justa ley de reciprocidad e invocando la caridad fraterna, al objeto de obrar con verdadera compenetración, promisora de un éxito seguro, que comprometeríamos infaliblemente si nuestra actuación no irradiara de esa unión indispensable entre todos los miembros y su cabeza.
(9). Proponed orientaciones, señalad objetivos, corregid posibles errores, denunciad defecciones, con el fin de que la cabeza, con sus asesores, aborde cuestiones vitales con probabilidades de acierto; pero no comprometamos con el modo de formularlo la relación necesaria entre aquella y sus miembros, no consintamos nunca que la autoridad, por concepto alguno, sufra menoscabo, no toleremos la relajación de la sagrada articulación de este cuerpo moral que integramos. Compartamos el cuidado, el pensamiento, la solicitud, la responsabilidad, en fin, que todos hemos contraído con Dios, con la Congregación, con la sociedad.
(10). ¿Cómo? Acentuando nuestro amor a las Santas Reglas y Constituciones que por inspiración divina y libérrima aceptación hemos constituido norma de nuestra conducta, cauce de nuestras energías espirituales, medio de nuestro perfeccionamiento y del de nuestros prójimos para gloria de Dios.
(11). Para ello, no perdamos de vista el raciocinio siguiente: Dios conoce nuestra naturaleza. Quia ipse cognoscit figmentum nostrum [Cfr Sal 103,14], las fuerzas físicas, espirituales y morales de que dispone, las circunstancias de todo orden que la rodean, el medio ambiente donde es preciso que actúe su desarrollo, progresos y perfeccionamiento, como individuo y componente de corporación, las gracias divinas indispensables para su elevación al orden sobrenatural, y sin las cuales, por consiguiente, serán vanos humanos esfuerzos y no producirán otro resultado que el consiguiente desgaste sin mérito alguno. Ahora bien, por su infinita misericordia, nos ha exteriorizado sus designios, ha concretado su voluntad sobre nosotros, y esa voluntad y esos designios han cristalizado en un librito que por orden suya nos ha transmitido un enviado exprofeso, nuestro venerable Padre Fundador, de santa memoria. Precisa, pues, que respetando y admirando la economía divina, concluyamos la necesidad de concentrar toda nuestra actividad en ese divino troquel para moldear la imagen de nuestra personalidad religiosa con la perfección de la que existe en la mente divina; de lo contrario, seremos un adefesio en la sagrada colectividad que integramos; y la suma de esos adefesios morales, constituirá una monstruosidad expuesta a la burla, fundada, de los insensatos, a la conmiseración o desprecio de los buenos, y, sobre todo, al abandono merecido de Dios y a la pena terrible de una esterilidad espiritual.
(12). Amadísimos Padres y Hermanos: Os conjuramos por el amor a nuestros Padres Jesús, María y José, por la memoria de nuestro venerable Padre Fundador, que revive hoy con motivo del Centenario de su natalicio, por la Madre que nos engendró a la vida religiosa, y por los sudores que le cuesta la formación de nuestra personalidad, a que la observancia regular sea siempre el ante omnia y el super omnia, que constituya en nosotros una santa obsesión, que nos haga posponer a ella todo egoísmo, todo interés, toda comodidad, toda razón de carne y sangre, toda pasión, todo miramiento humano, todo consuelo terreno. Solamente así seremos fuertes con la fortaleza de Dios, que hace mártires; solamente así podremos desafiar sin temeridad el presente y el porvenir, columbrando serenos el éxito, infalible como la palabra de Dios. Quaerite primum regnum Dei et haec omnia adjicientur vobis [Mt 6,33].
(13). No se nos ocultan las dificultades del momento, porque no somos ciegos; las presagian mayores los amagos siniestros de las sectas secretas que con cinismo y audacia inverosímiles han dejado su clandestinidad para cerrar audaces contra las vanguardias de la Santa Iglesia, las Congregaciones Religiosas. Digámoslo sin eufemismos pueriles: sobre nuestras cabezas soplan vientos, y no de fronda, que pueden convertirse en huracán violento. ¿No podría dar cuerpo a la tempestad la ira de Dios, sino encendida, avivada por nuestras infidelidades? Pero, amados hijos, si el choque es inevitable, está en nuestra mano atenuar los resultados y aún evitarlos en absoluto referente a nuestra constitución. ¿En qué forma? Con la observancia regular y con la oración: sólo con ellas atraeremos la gracia de Dios, único blindaje que nos hará invulnerables.
(14). Cuando el choque de ese huracán se produzca, tendrá lugar la inevitable sacudida que tronchará las ramas carcomidas por la inobservancia, desprenderá los frutos gusanientos, aventará las hojas secas o marchitas por la relajación. Si, en cambio nos encuentra en el vigor de la observancia y en oración, entonces, choque es sinónimo de cohesión y arraigo. No lo dudemos: testigo la historia de la Iglesia, testigo la historia de toda corporación piadosa. Autoridad que lo corrobora: la Sagrada Escritura, en casi todos los versículos del Salmo 1 y del 118. La razón lo confirma: La observancia de la ley nos constituye verdaderos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, coherederos suyos, con derecho a las bendiciones dadas al legítimo heredero; sin esa herencia, nuestra filiación es nominal; quedamos, por lo tanto, con la herencia real de nuestro padre Adán, que sólo tiene de positivo lo negativo de nuestra inconsistencia moral para sufrir, no el embate de un huracán, sino el más leve soplo de una pasioncilla.
(15). Mas, seremos lo que debemos ser, Religiosos Hijos de la Sagrada Familia, si poseemos el constitutivo de nuestro ser, el espíritu de la Congregación, la observancia regular. En buena lógica, pues, todas las acciones que no emanen de aquel ser, tendrán, sí, el sello de lo humano, llámese ciencia, llámese economía, llámese literatura o arte, pero en realidad son pura bambolla que disipará el menor soplo de contradicción, y por tal serán reputadas por el único que sabe justipreciar las acciones, Dios.
(16). Convencidos todos de esa verdad, cuya exposición constituye una redundancia (disculpable en quien se ha responsabilizado de cosa tan trascendental):
(17). 1. Os reiteramos la promesa formal de procurar presentaros en nuestra persona un ejemplar de nuestras Constituciones, lo más concordante posible con el original; de procurar oportune et importune [2 Tm 4,2], siempre fortiter in re suaviter in modo [Cfr Sb 8,1], que todos nuestros religiosos hagan lo propio. Ello supone vocación de mártires; todos la tenemos por gran misericordia de Dios; y, siendo El quien da el temple, estamos dispuestos a acreditar con nuestra maleabilidad espiritual, que no la tenemos en vano.
(18). 2. Trabajaremos hasta más allá del cansancio en el cultivo de nuestros Seminarios, prodigando sudores, de sangre si es preciso, para el abono de las tiernas plantas ya existentes y en plena floración, y plantando de nuevas, cuidando con prudencia la selección de semillas, como garantía de arraigo, crecimiento, desarrollo y rendimiento, y de no exponerlas por celo indiscreto a una muerte por inanición o desidia. En esa labor meritoria y fundamental, nos consta que podemos contar con la valiosa cooperación, porque a todos os sabemos con más celo, más competencia que a nosotros, más comprensión de la trascendencia de la obra y, por lo mismo, no extrañaréis que algunas veces os insinuemos hasta nuevas tributaciones que exigen nuevos sacrificios.
(19). 3. Procuraremos con tesonero empeño acentuar progresivamente la propagación de la devoción salvadora de la Sagrada Familia. Al efecto nos cabe la satisfacción de evocar el recuerdo de una escena intima desarrollada en el Colegio Nazareno a principios del siglo actual, con motivo de una acto lírico-sacro dedicado a nuestro venerable Padre Fundador y que él mismo se dignó presidir. Consistió, la velada en una «Loa» de cuadros plásticos alusivos a la fundación de nuestro Instituto. En uno de ellos aparecía nuestro venerable Padre, extático ante un cielo caliginoso que al conjuro de su oración se transformaba paulatinamente para nimbar de gloria un coro angelical, del cual se destacaba un paraninfo, quien al entregarle un librito titulado Constitutiones Filiorum Sacrae Familiae, le decía que el cielo había oído sus plegarias y satisfacía sus deseos; que la sociedad se salvaría salvando a la familia, primera célula de aquel cuerpo; que la familia se redimiría imitando a la de Nazaret, cuya devoción debía propagar él, con los hijos del Instituto que debía fundar y que este siglo se llamaría por antonomasia Siglo de la Sagrada Familia. Recordamos que nuestro Padre lloraba de emoción y sonreía a la vez, no sabemos si por la emotividad del asunto o por la locura del autor del cuadro en cuestión. Es lo cierto que, a requerimiento suyo, tuvimos que salir del anonimato y recibir un abrazo expresivo y paternal, mientras nos decía: «Así será, hijo mío, así será.»
(20). No pretendemos con esa evocación sentar plaza de vidente, pero abrigamos la persuasión de que nuestro llorado venerable Padre sonríe desde el cielo con todos los nuestros que ya forman con él la Congregación triunfante y convertirán en profecía aquel esperpento lírico: huelga decir que no ha de escasear nuestro esfuerzo para lograrlo.
(21). ¿La empresa es ardua y somos humildes? La humildad engendra magnanimidad. Quia respexit humililatem ancillae suae, ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes [Lc 1,48], dijo la humildísima Virgen María. Deus superbis resistit humilibus autem dat gratiam [St 4,6]; y la gracia de Dios es fortaleza, es omnipotencia.
¿Somos un puñadito, un rebañito insignificante? Nolite timere pusillos grex quia complacuit Patri vestro dare vobis regnum [Lc, 32b], dice la Verdad infalible. Gedeón, a juicio de Dios, tenía demasiados soldados, los que temen no son números, son número, impedimenta. Somos más de doce y los Apóstoles...
¿Precisa recordaros que todo se alcanza con la oración?, que, facienti quod in se est Deus non denegat gratiam?
Oremos sin cesar, trabajemos sin descanso. Como el fuego exige la combustibilidad de la materia, la divina gracia quiere nuestra actividad; pero la combustión la obra el fuego, como la eficacia de nuestra actividad es efecto de la gracia.
(22). Sin embargo, no ordenaremos una adición de oraciones a las ordinarias, a pesar de las circunstancias excepcionales en que vivimos. Sabemos a ciencia cierta que a las ordenadas por Dios ha condicionado sus gracias. Las tenemos en los actos de la Comunidad, en el divino Oficio, en la Santa Misa. David, la personificación más cabal de la humanidad en sus relaciones con Dios, recoge en sí todas las manifestaciones del alma humana y las hace vibrar en las cuerdas divinamente inspiradas de su salterio. Al pulsarlo nosotros en el rezo diario hagámoslo con el espíritu que él lo hizo y la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, se apropió y nos legó; acomodémoslo a las circunstancias presentes, a nuestras necesidades espirituales, previstas por él, que en nombre de Dios sondeó el porvenir: despojemos, sobre todo, nuestros rezos de la rutina y distracción que los inutiliza y nos hace irreverentes e indignos de alcanzar lo que pedimos, y que el movimiento de lengua y labios, la emisión de la voz articulada, sean impulsados por la mente y el corazón, para que no nos cuadre la reprensión divina: Populus hic labiis me honorat cor aulem eorum, etc. [Is 29,13; Me 7,6]. Pedimos, sí, que en todos los rezos y oraciones, así colectivos como particulares, unáis vuestra intención a la de nuestra Santa Iglesia y a la de nuestra amada Congregación, subrayando al efecto con marcado fervor e intención, todas las palabras de los rezos relativas a esas dos Santas Corporaciones.
(23). Finalmente, como quiera que la Sagrada Eucaristía es la esencia de la vida cristiana y religiosa, os rogamos encarecidamente que procuréis por todos los medios llevar el mundo al Sagrario, convencidos de que Nisi manducaveritis carnem Filii hominis et biberitis eius sanguinem nos habebitis vitam in vobis. Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem, in me manet et ego in illo [Sn 6, 55-56].
(24). Terminamos la presente alocución, dándoos una prueba de la eficacia de nuestros propósitos, res non verba, con las resoluciones tomadas por el Capítulo General y por nuestro Consejo respectivamente:
(25). 1. Admisión nuevamente a los que por vocación divina soliciten la entrada a nuestra Congregación.
(26). 2. Aprobación, en principio, de una peregrinación a Roma y a los Santos Lugares, a realizarse por los Coros de la Visita Domiciliaria y devotos de la Sagrada Familia, con motivo del próximo Año Santo.
(27). 3. Dar un voto de gracias a los que con tanto celo trabajan en la Causa de Beatificación y Canonización de nuestro Padre Fundador y al Director y redactores de La Sagrada Familia por su labor encomiable en la difusión de tan santa devoción y nombrar en nuestras Casas un Padre que tenga cuidado especial en la propaganda pertinente a estas obras tan nuestras.
(28). Y 4. Llevar a feliz término la Beca «Padre Manyanet» fundada también por acuerdo Capitular.
(29). Solicitando el concurso de vuestras oraciones, nos repetimos afmo. hermano vuestro en Jesús, María y José, y como augurio de gracias divinas, que imploramos para todos en general y en particular, os impartimos nuestra primera bendición.
(30). Dado en nuestra Curia Generalicia de Barcelona (Les Corts), a treinta y uno de enero de mil novecientos treinta y tres.
Antonio Samá, S.F.
Sup. Gral.
Fuente: Serie Documenta 6, P. Antonio Sama y Calucho. Quinto Superior General, con Temple de Mártir. Barcelona, 1989.
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