Vocación a la santidad: camino de santificación
Los cristianos recibimos el don de la santidad en el bautismo y, de ahí, que todos los bautizados estamos llamados a ser santos. En la preparación al sacramento del bautismo, el catequista nos explica la diferencia que hay entre los dones de Dios y un regalo cualquiera.
Los dones de Dios no son como esos regalos que recibimos de vez en cuando. Son dones para ser vividos, no solamente para ser usados. Los dones se adaptan a cada uno de nosotros sin perder su carácter y propósito para que el bautizado pueda hacerlos suyos porque la vitalidad de los dones es tal, que si al recibirlos no se adaptaran a nosotros nos sentiríamos suplantados por una fuerza arrolladora. Ha habido santos que los han sentido de este modo: como una fuerza o luz interior que nos revela nuestra pequeñez junto a la gracia recibida. Sin embargo, la mayoría de nosotros no sentiremos el don que hemos recibido más allá de la alegría que vivimos en familia durante la celebración de los sacramentos. Esto es debido a que el don se ha fundido con nosotros para que nos dejemos modelar por él (como arcilla en las manos del alfarero).
Algunos maestros de espiritualidad presentan los dones de Dios como semillas plantadas en nosotros. En algunos esa semilla germinará y crecerá hasta llegar a hacerse visible a todos. Pero en otros esa semilla no será visible debido al terreno en que fue plantada. Hago hincapié en esta manera de recibir los dones a través de los sacramentos porque puede confundirnos su aparente normalidad. Muchos preferiríamos que los dones produjeran un cambio radical en nosotros: visible, incuestionable para todos. Esta manera de desear los dones puede afectarnos negativamente y que algunos abandonen decepcionados el seguimiento de Jesús.
El don de la gracia bautismal emerge durante la liturgia sacramental y se desarrollará en el seguimiento a Jesús. Al seguir al Hijo descubrimos la santidad a la que el Padre nos llama. Nos damos cuenta, entonces, de que no seguimos a Jesús en solitario sino en familia: “Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo, he aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.” (Mt 12,49-50)
Los miembros de la Asociación de la Sagrada Familia siguen a Jesús formando una familia de familias. Este proceso recibe el nombre de santificación. Es un proceso muy personal pero para desarrollarse en plenitud necesita de la guía, la paciencia, el testimonio, de todos los miembros de la familia. Comienza con una celebración familiar, donde los miembros de la Asociación de la Sagrada Familia se consagran a Jesús, María y José.
La Asociación de la Sagrada Familia es una agrupación de familias cristianas, aprobada por la Santa Sede, que por medio de la consagración a la Sagrada Familia, Jesús, María y José, tiende a ser una comunidad de discípulos, testigos y apóstoles de Nazaret.