23 de diciembre
Convertiré el corazón de los padres hacia los hijos
El vaticinio profético de Malaquías tiene un argumento preciso: anunciar el castigo de Yahvé a los sacerdotes del Templo por su notoria infidelidad en el desempeño de su servicio cultual. En el contexto de anunciar la venida del Señor a esta tierra, el oráculo de la profecía de hoy se torna anuncio de la llegada del Señor a su casa, quien en su cercanía se deja querer y ver (en el texto Dios se viste de ángel para hacerse visible a los suyos). Entonces firmará el acta de la nueva Alianza, en su mejor Templo, en la nueva creación que pregona la encarnación de Dios entre nosotros.
Cierto que la llegada del Señor será previamente comunicada por un mensajero, como otrora los heraldos preparaban la visita de los reyes a sus súbditos. Este será el nuevo Elías, el profeta puente con el Nuevo Testamento, que allanará el camino, o lo que es lo mismo, hará que el corazón de los hombres se humanice y recobre su primera dimensión de imagen del creador. La tierra no será ya destruida porque la iniquidad cambiará a fidelidad de los padres a los hijos y de éstos a aquéllos, es decir, armonía afectiva, muñidora de la presencia de Dios entre nosotros. La voz del Señor se dejará oír en los corazones que aman su venida.
Juan es su nombre… y la mano de Dios estaba con él
El color con el que se viste el nacimiento de Juan Bautista nos dice con nitidez que el evento es un don de Dios en todos sus extremos. De una mujer estéril y de un padre anciano su natalicio no puede ser sino un bello recado de Dios, más elocuente aún con el contraste del silencio de su padre Zacarías, por no fiarse de la promesa de un Dios siempre fiel. Silencio que se rompe cuando hay que indicar, con el nombre, la misión del neonato: Dios ha sido compasivo con ellos, da siempre su gracia, mensajes encerrados en el significado del nombre Juan.
Lo singular de su nacimiento lo ubica, pues, en el campo del favor de Dios, no en el de los hombres, porque su destino no lo marca el parentesco sino quien lo ha elegido, Dios. Zacarías bendice a Dios por la gracia recibida porque este niño será la voz de la Palabra esperada que lo señalará entre nosotros.
¡Qué expresivos son los contrastes del evangelio! Del silencio de Zacarías surge la última palabra profética de la Vieja Alianza, y de la aridez de Isabel nace el antecesor de la vida compartida para nuestra esperanza. Apenas el padre avala el nombre de Juan para el hijo y las páginas del evangelio rezuman bendiciones de los tiempos nuevos, parabienes de la gracia al alcance de toda criatura que desea vivir desde el corazón el regalo de la vida. Juan ostenta la sencillez propia del servidor de Dios, como mejor forma de trenzar su misión al servicio de la Palabra, porque bien sabe él que sólo es la voz, pero voz ilusionante, sonido de gracia.