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La grandeza de José, por el P. Juan García Inza


El sufrimiento de José

Ya sabemos cómo fue la Encarnación del hijo de Dios en María. Y la Virgen esperaba al Niño por obra del Espíritu Santo. Pero San José no sabía nada. ¿Qué había ocurrido? María iba a ser madre y San José ignoraba cómo María había llegado a esta situación, sin tener él nada que ver en el asunto. ¿Le había sido infiel? No era posible que esto ocurriera en una mujer tan santa. Y como a él todavía no le había sido revelado el misterio, sufría en medio de sus dudas. La verdad es que no era normal todo lo que estaba aconteciendo.

¿Por qué no le dijo nada María? Porque estas cosas tan sobrenaturales, o las revela Dios o no entendemos nada, por mucho que nos lo expliquen. Y María pensó que era mejor que Dios se lo dijera a José, en lugar de dar ella unas razones aparentemente absurdas.

Sufría José, pero también sufría María al verle sufrir a él. Hay que confiar siempre en Dios que nunca nos dejará en el tormento de la duda. Él siempre nos revela su Verdad en el momento oportuno. Y así ocurrió con José una noche de gran pesadilla.

Meditando él estas cosas, he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños, diciendo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu esposa, por-que su concepción es del Espíritu Santo; parirá un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús; porque Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 20-21). ¿Te imaginas la alegría de José y el profundo descanso que le quedó en su alma? ¿Te imaginas el gozo de la Virgen cuando ya todo se aclaró? Es duro saber algo muy grande y no poder comunicarlo por prudencia o por deber. Dios premia siempre la discreción y la finura de espíritu.

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había dicho por medio del profeta: He aquí que la Virgen concebirá y parirá un hijo y se le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir «Dios con nosotros». Y José se fió de Dios y se llevó a María a su casa, y desde entonces toda su ilusión fue esperar el día del nacimiento del Hijo de Dios.

Hay que vivir de fe, y cuando surja la duda debemos acercarnos a la Luz de Dios para ver más clara su Voluntad, su Verdad, y acogerla con un corazón grande y una mente sin prejuicios.

José y María son dos almas santas que, sin hacer ruido, han colaborado como nadie con Dios, por pura fe, en la gran obra de la Encarnación y Redención. No son más eficaces los que levantan más polvareda, sino los que sirven humil-demente con amor.

— ¿Te acercas a Jesús con frecuencia para que te haga ver con claridad todo lo que te preocupa?

— ¿Cómo andas de prudencia a la hora de hablar?

— ¿Con qué talante sufres tus problemas?

Fuente: religionenlibertad.com

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