Mt 1,18-24: 18 de diciembre
En el Evangelio de Lucas, la historia de la infancia de Jesús (capítulos 1 y 2 de Lucas) está centrada entorno a la persona de María. Aquí en el Evangelio de Mateo, la infancia de Jesús (capítulos 1 y 2 de Mateo) está centrada alrededor de la persona de José, el prometido esposo de María.
José era de la descendencia de David. A través de él Jesús pertenece a la casa de David. Así, en Jerusalén, se realizan las promesas hechas por Dios a David y a su descendencia.
Como vimos en el evangelio de ayer, en la genealogía de Jesús había algo anormal que no estaba de acuerdo con las normas de la ley: Tamar, Raab, Ruth y Betsabé.
El evangelio de hoy nos muestra que también en María había algo anormal, contrario a las leyes de la época. A los ojos del pueblo de Nazaret, ella se presentó embarazada antes de convivir con José. Ni la gente, ni José, su futuro marido, sabían el origen de su embarazo. Si José hubiese sido “justo” según la justicia de los escribas y de los fariseos, hubiera tenido que denunciar a María, y la pena para ella hubiera sido la muerte por apedreamiento.
José era justo, ¡sí!, pero su justicia era diferente. Ya antes él practicaba aquello que Jesús enseñaría más tarde: “Si su justicia no supera la justicia de los escribas y de los fariseos, no entraren en el Reino de los Cielos” (Mt 5,20). Por ello José, sin comprender los hechos, decide despedirla en secreto.
En la Biblia, el descubrimiento del llamado de Dios en los hechos acontece de distintas formas. José percibió el significado de lo que estaba ocurriendo a María a través de un sueño. En el sueño un ángel se sirvió de las profecías para aclarar el origen del embarazo de María.
Cuando para María todo fue claro, ella exclamó: “ìHe aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra!” Cuando para José todo fue claro, tomó a María como su esposa, y fueron a vivir juntos. Gracias a la justicia de José, María no fue apedreada y Jesús siguió viviendo en su seno.