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17 de diciembre

“Hasta que venga aquél y le rindan homenaje todos los pueblos”

Jacob ve llegado el fin de sus días y desea establecer el lugar que corresponde a cada uno de sus hijos, siempre en orden a la llegada de la plenitud de los tiempos y consecuente venida del Mesías.

El autor sagrado pone en boca de Jacob un nuevo anuncio sobre la venida del vástago más importante, el que espera toda la historia y ante el que se rendirán todas las naciones: el Mesías, el Ungido, a través del cual Dios volverá a intervenir en la historia del hombre para reconciliarse con él, para volver a establecer cauces de comunicación entre el Creador y la criatura.

Jacob, en su hijo Judá, inaugura el primer adviento de la historia, que culminará en el nacimiento de Jesús, en la primera venida del Señor.

“Origen abrahámico de Jesús”

Cuando Mateo escribe este Evangelio, está reciente la destrucción del templo, y escribe principalmente para cristianos procedentes del judaísmo. Este es, tal vez, el motivo por el que trata de presentar a Jesús como el Mesías esperado, hijo de Abraham, hijo de David, hijo de la Promesa, y lo hace mediante esta genealogía, en la que enlaza personajes santos con adúlteros y pecadores, hasta llegar a José, que da legitimidad al nacimiento de Jesús.

Estamos ya muy adelantados en el Adviento ¡Oh, Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo!, cantamos en las vísperas. Entramos desde hoy en esos siete días especiales que preceden a la Navidad en los que iremos recitando las magníficas antífonas del Magníficat con las que, con frases sacadas del A.T., cantaremos las excelencias del renuevo, ¡Oh radix!, que brotará de la raíz de Jesé.

Ero cras: llego mañana, es el acróstico que podemos leer en las primeras letras de las antífonas. Llego mañana. Esa larga relación de antecesores de Jesús va a cerrarse con la llegada del Hijo en el que, por fin, los pueblos van a encontrar, van a recuperar, el diálogo perdido con Dios.

Vivimos el segundo Adviento. La resurrección de Jesús marcó el inicio de la espera de su segunda venida. Cada año recorremos la historia de Jesús; cada año recordamos su nacimiento, vivimos su desarrollo en el tiempo, recordamos su muerte y viviendo su resurrección, buscamos ya su regreso.

Va siendo el momento de limpiar la casa, deshacerse de todo impedimento que nos retrasa, arrojar fuera todo ese oropel que hemos ido acumulando alrededor de nuestra fe, para que vuelva a brillar resplandeciente, libre de hojarascas para que cuando el amo llame a la puerta haya suficiente luz para que podamos abrir sin nada que estorbe.

¡Oh Emmanuel, ven y no tardes más!

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