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Lc 7,19-23: Miércoles de la 3 Semana de Adviento

Se trata de un texto común para Mateo y Lucas, en este último ubicado entre el relato del milagro de la resurrección del hijo de la viuda de Naín (pasaje propio de Lucas) y el elogio que Jesús hace de Juan Bautista.

Es en este contexto que se nos sugiere una especie de paso entre la imagen de Jesús que sana, incluso de la muerte, y la invitación a la conversión, hecha por Jesús mismo en los tres pasajes sucesivos: poner en plena luz la figura de Juan, juzgar a su generación y acoger el gesto de la pecadora en casa del fariseo.

Este texto también se puede leer a la luz de un contexto más remoto: en todo el recorrido del Bautista y en la experiencia profética de Israel que espera y hace experiencia del Dios que escucha y visita.

Los discípulos de Juan tienen aquí un rol de primer plano; son ellos los que abren y cierran el pasaje; son ellos los que crean el vínculo comunicativo entre su maestro, detenido en la prisión de Herodes (cfr. Lc 3,19-20), y Jesús. Ellos informan al Bautista y dos de ellos son mandados de parte suya con una pregunta directa para el maestro de Nazaret: dos veces Lucas nos pone delante esta cuestión de capital importancia. Y la pregunta se enfoca en la espera.

Juan sabe que alguien debe venir. El problema es entender si ese alguien es Jesús o si se necesita esperar a otro. El hecho que Juan mande a preguntarle explícitamente esto a Jesús, significa que él confía en él. Tal vez él puede haber estado algo equivocado sobre el cumplimiento del balance judicial vinculado a la imagen bíblica del “día del Señor”, tema que se encuentra en el trasfondo de toda su predicación (cfr. Lc 3,7ss).

Es como si la narración aquí sufriese un salto: la pregunta parece que permanece como suspendida y, con la probabilidad de un evento instantáneo, se mencionan todas las obras de sanación realizadas por Jesús a favor de “muchos”. Como obra final se menciona el don de la vista a los ciegos. Y después de las obras, las palabras de respuesta. “Id”, dice Jesús a los discípulos de Juan: es una misión, respecto a aquél que ya había –con sus medios y sus perspectivas- evangelizado (cfr. Lc 3,18).

Pero ahora la buena noticia está completa y realizada porque las obras que Jesús hace son justamente aquéllas mencionadas por los profetas (es como una “lectio” de varios pasajes del profeta Isaías; con la diferencia que esta vez la vista a los ciegos es la primera de las obras mencionadas).

Un mensaje inequívoco para un hombre como Juan, sobre quien la Palabra de Dios había venido (cfr. Lc 3,2). Y, al final, el anuncio de una bienaventuranza que puede sonar extraña, porque aparece en forma negativa: bienaventurado el que no encuentra en Jesús ocasión de tropiezo, de obstáculo en el camino de la fe. ¿Cómo comprender esto? De hecho es una bienaventuranza que va más allá del mensaje para el Bautista, y que se dirige al que escucha la Palabra.

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