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Mt 11,28-30: Miércoles de la 2 Semana de Adviento

Hay creyentes esperan que el Señor vendrá para resolverles sus problemas, pagar sus deudas, ahuyentar a sus enemigos. En algún momento de nuestra vida, todos hemos abrazado la imagen de un Dios que nos saca de apuros, sana nuestras dolencias, nos salva de nuestros enemigos y, por supuesto, se muestra misericordioso con nuestras debilidades y pecados.

Cuando Jesús habla de los cansados y agobiados, de los humildes, de los benditos, hemos sentido como si nos hablara a nosotros. A pocos se les ocurre pensar que tal vez nosotros no estamos en ese grupo sino en el otro, en el de los que agobian, manipulan y deslizan cargas pesadas sobre los hombros de los demás; o que pasamos de un grupo a otro con mucha facilidad dependiendo de las circunstancias.

Jesús no tuvo una vida fácil aunque su nacimiento fuera anunciado por profetas y ángeles, tampoco sus padres, José y María, o sus discípulos. Fue santa Teresa de Avila la que en un momento de desahogo se explayó diciendo: “No me extraña, Señor, que tengas tan pocos amigos si les tratas a ellos como me tratas a mí”.

La Biblia y las biografías de los hombres y mujeres que dejaron las riendas de su vida a Dios nunca lo tuvieron fácil. ¿Por qué, entonces, el yugo de Jesús “es llevadero y su carga ligera”?

Hay personas cuya felicidad no depende del vaivén de nuestras emociones, del éxito o fracaso profesional, del placer que sintamos, de una salud de hierro, del juicio que los demás hacen de nosotros. Estas personas no cambian anímicamente según llueva o haga sol, les alaben o les critiquen.

Decimos que son “personas espirituales” porque su felicidad no está sometida a criterios y convenciones de naturaleza social y, por tanto, humana, sino que son movidos por un deseo mucho más difícil de clasificar por nuestra razón.

La persona espiritual experimenta el yugo y el cansancio, de una manera muy distinta a como lo sienten, por un lado, las personas ambiciosas, orgullosas, vanidosas, envidiosas, y, por otro, las personas apáticas, indiferentes e indolentes. ¿Por qué? Porque entienden y experimentan la vida y sus sensaciones de otra manera.

Cuando las sensaciones, los sentimientos, las emociones, controlan la vida espiritual de una persona, el yugo y el cansancio se sienten como una tragedia que nos rompe, divide y separa de los otros y de Dios; sin embargo, cuando la espiritualidad de una persona inspira sus emociones y pensamientos, entonces, asumimos nuestras experiencias como una oportunidad para alcanzar la armonía/paz interior y exterior, incluso cuando esta no sea reconocible o posible de momento.

Cuando le preguntaron a Martin Lutero King Jr., porque no abandonaba una causa por la cual le iban encarcelar y, tal vez, asesinar, Lutero King respondió: “Porque si abandono sentiría como si estoy malgastando mi vida, y esa carga todavía sería mucho más pesada de llevar”.

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