Lc 3,1-6: Domingo de la 1 Semana de Adviento, C
El texto del Evangelio de esta segunda semana de Adviento, nos presenta a Juan Bautista, profeta, que aparece en el desierto para preparar el camino del Señor. La gente, desde hacía siglos, vivía en una espera de la venida del Mesías. El dominio opresor de la ocupación romana había hecho aumentar el deseo de la venida del Liberador, del Salvador. La aparición de Juan en el desierto era señal del hecho de que Dios estaba de nuevo visitando a su pueblo. ¡La redención estaba cerca!
Lucas se preocupa de colocar la aparición de Juan en el contexto político social y en el contexto religioso de la época. En el contexto político social, Tiberio es el emperador, Pilatos es el gobernador de Judea, Herodes gobierna la Galilea, Anás y Caifás son los sumos sacerdotes.
Después, por medio de un texto bíblico, Lucas coloca a Juan en el contexto religioso del proyecto de Dios y dice que él ha venido para preparar la realización de las esperanzas seculares de la venida del Mesías.
División del texto para ayudarnos en su lectura:
Lucas: 3,1-2: Acción de Juan en un tiempo y lugar Lucas: 3,3: Resumen de la actividad política de Juan Lucas 3,4-6: Iluminación bíblica de la actividad de Juan
Lucas sitúa la actividad de Juan Bautista en el año 15 del gobierno de Tiberio, emperador de Roma. Tiberio fue emperador del 14 al 37 después de Cristo. En el año 63 antes de Cristo, el imperio romano había invadido a Palestina, imponiendo al pueblo una dura esclavitud. Las revueltas populares se sucedían, una tras otra, sobre todo en Galilea, pero fueron duramente reprimidas por las legiones romanas.
Del año 4 antes de Cristo hasta el 6 después de Cristo, esto es, durante el gobierno de Archelao, la violencia se hizo sentir en toda la Judea. Este hecho empuja a José y María a regresar a Nazaret en Galilea y no hacia Belén en la Judea (Mt 2,22).
En el año 6, Archelao fue depuesto y la Judea se convirtió en Provincia Romana con el Procurador nombrado directamente del emperador de Roma. Pilatos fue uno de estos procuradores. Gobernó desde el año 25 al 36. Este cambio de régimen político trajo una cierta calma, pero revueltas esporádicas, como la de Barrabás (Mc 15,7) y la subsiguiente represión romana (Lc 13,1), recordaban la extrema gravedad de la situación. Bastaba que alguno atizase la brasa para hacer saltar el incendio de la revuelta. La calma era apenas una tregua, una ocasión ofrecida por la historia, por Dios, para que el pueblo pudiese hacer una revisión del camino emprendido (cf. Lc 13,3.5) y , así, evitar la destrucción total. Y Roma era cruel. En caso de revuelta, terminaría con el Templo y con la Nación (Jn 11,48; cf. Lc 13,34-35; 19,41-44).
Es en este contexto en el que, hacia el año 28 después de Cristo, Juan Bautista aparece como profeta en el desierto. Lucas habla de la gran expectativa que se creó entre la gente en torno a la predicación de Juan Bautista, que anunciaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
También hoy existe una gran expectativa de conversión y reconciliación con Dios que se manifiesta de muchas maneras: la búsqueda de un significado que dar a la vida, búsqueda de espiritualidad, el movimiento internacional del Foro Social Mundial “Otro mundo es posible” y tantos otros movimientos religiosos. Sociólogos y políticos a la búsqueda de un mundo más humano que revelan el deseo de conversión o reconciliación con Dios. El adviento es un tiempo apropiado para renovar este deseo de cambio en nosotros, de conversión de acercamiento a Dios.
— Lucas 3,1-2: Recordando a los antiguos profetas
El modo en el que Lucas introduce la predicación de Juan es muy semejante al comienzo de los libros de los antiguos profetas. Ellos solían señalar los nombres de los reyes, en cuyo gobierno el profeta desarrollaba su actividad. Véase por ejemplo Isaías (Is 1,1), Jeremías (Jer 1,1-3), Oseas (Os 1,1), Amós (Am 1,1) y otros.
Lucas hace la misma cosa para decir que, casi 500 años sin tener un profeta, aparece de nuevo un profeta que se llama Juan, hijo de Zacarías y de Isabel. Lucas se preocupa de colocar los hechos en el tiempo y en el espacio. Presenta los nombres de los gobernantes y describe los lugares donde Juan se movía. La historia de la salvación, de hecho, no es una historia diversa de la historia humana y de nuestra historia personal.
Esta preocupación de Lucas suscita una curiosidad. Hoy día, cuando una persona se ordena de sacerdote o emite la profesión perpetua se acostumbra a imprimir una estampa de recuerdo en la que se indica la fecha y el lugar de la ordenación o de la profesión y se añade una frase significativa de la Biblia o de un santo para expresar el significado de la ordenación o de la profesión para su vida. Pero no se ve nunca una pequeña estampa, por ejemplo, diciendo: “ En el quinto año de Obama, presidente de los Estados Unidos: siendo Cameron el presidente del Consejo del Reino Unido; Hollande el presidente de Francia, Rajoy presidente del gobierno de España; siendo Jorge Bergoglio Papa con el nombre de Francisco, recibió la ordenación sacerdotal para anunciar la Buena Nueva a los pobres, para abrir los ojos a los ciegos, para liberar a los oprimidos y anunciar un año de gracia por parte del Señor!”. ¿Por qué Lucas prefiere colocar los datos de la historia de la salvación en el conjunto de la historia de la humanidad?
— Lucas 3,3: Arrepentimiento y perdón
Juan recorre la región del Jordán predicando un bautismo de penitencia para obtener el perdón de los pecados. Arrepentimiento ( en griego metanoia) significa cambio, no sólo de la conducta moral, sino también y sobre todo de la mentalidad. ¡Cambio en el modo de pensar!
La gente debía tomar conciencia del hecho de que su modo de pensar, bañado por el “fermento de los fariseos y de Herodes” (Mc 8,15), o sea por la propaganda del gobierno y de la religión oficial, era un error y se debía cambiar. El perdón lleva consigo la reconciliación con Dios y con el prójimo. De este modo, Juan anunciaba un nuevo modo en el que el pueblo se ponía en relación con Dios. Reconciliación será también el marco de la predicación de Jesús: reconciliarse hasta “setenta veces siete” (Mt 18,22).
— Lucas 3,4-6: Define la misión de Juan
Lucas cita el siguiente texto de Isaías para ayudar a los lectores a captar mejor el sentido de la predicación de Juan: “Una voz grita: «Preparad el camino al Señor en el desierto, enderezad en la estepa una calzada para nuestro Dios. Que se alcen todos los valles y se rebajen todos los montes y collados; que se allanen las cuestas y se nivelen los declives. Y todos verán la salvación de Dios”. (Is 40,3-5).
En este texto, Isaías anunciaba el regreso del pueblo del destierro hacia la Palestina y lo describía como si fuese un nuevo Éxodo. Era como si la gente, retornando de la esclavitud de Babilonia, saliese de Egipto y entrase de nuevo en el desierto.
Para Lucas, Jesús comienza un nuevo éxodo que estaba preparado por la predicación de Juan en el desierto. Los evangelios de Mateo (Mt 3,3) y de Marcos (Mc 1,3) citan ellos también la misma frase de Isaías, pero citan sólo el principio (Is 40,3). Lucas lo cita enteramente, hasta donde dice: “Y todos verán la salvación de Dios” (Is 40,5). La expresión "todos” significa todo ser humano. Esta pequeña diferencia indica la preocupación de Lucas por mostrar a las comunidades que la apertura a los paganos ¡era ya prevista por los profetas! Jesús no sólo ha venido por los judíos, sino para que “todo ser humano” pudiese ver la salvación de Dios. Lucas escribe su evangelio para las comunidades de la Grecia, que, en su mayoría, eran paganos convertidos.
— Juan, el profeta
Desde el siglo VI antes de Cristo la profecía había cesado. “Ya no existen profetas”, se decía (Sl 74,9). La gente vivía con la esperanza de la llegada del profeta prometido por Moisés (Dt 18,15; 1 Mac 4,46; 14,41). Esta larga espera terminó con la venida de Juan (Lc 16,16). Juan era considerado por el pueblo, no como un rebelde del tipo de Barrabás, ni como un escriba o fariseo, sino como un profeta esperado por todos (Lc 1,76) Muchos pensaban que él fuese el Mesías. Hasta en la época de Lucas, en los años 80, había personas y sobre todo judíos que consideraban a Juan como el Mesías (Act 19,1-6).
Juan anuncia: “¡Convertíos, porque el Reino de los cielos está cerca!” (Mt 3,2). Fue encarcelado por su valor en denunciar los errores tanto del pueblo como de los hombres de gobierno (Lc 3,19-20). Jesús al oír que Juan estaba en la cárcel, vuelve a Galilea y anuncia las mismas cosas anunciadas por Juan: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed al evangelio” (Mc 1,15). Jesús continúa la predicación de Juan y va más allá. En Juan termina el Viejo Testamento, en Jesús empieza el Nuevo. Jesús llega a decir: “ Yo os digo, entre los nacidos de mujer, no hay ninguno más grande que Juan; pero el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él.” (Lc 7,28).
— El contenido de la predicación de Juan (Lc 3,7-18)
Juan atrae muchedumbres predicando un bautismo de cambio y perdón de los pecados. Señal de que la gente quería cambiar y deseaba relacionarse con Dios de un modo nuevo. Juan denunciaba los errores y atacaba privilegios. Decía que el hecho de ser hijo de Abrahán no ofrecía ninguna garantía ni ventaja delante de Dios: “¡ Porque yo os digo que Dios puede hacer nacer hijos de Abrahán de estas piedras!” (Lc 3,8). Lo que da valor a la persona delante de Dios no es el privilegio de ser hijo de Abrahán sino la práctica que produce buenos frutos.
Lucas señala tres categorías de personas que preguntan a Juan: “¿Qué debemos hacer?”:
- el pueblo (Lc 3,10) - los publicanos (Lc 3,12) - los soldados (Lc 3,14)
La repuesta para el pueblo es sencilla: “¡Quien tenga dos túnicas, dé una a quien no tiene; y el que tenga para comer, haga otro tanto!” (Lc 3,11). Respuesta clara: Compartir los bienes es la condición para recibir la visita de Dios y pasar del Viejo al Nuevo Testamento.
En la respuesta para los publicanos (Lc 3,13) y a los soldados (Lc 3,14) Juan pide la misma cosa pero aplicada a su categoría. Los publicanos no pueden exigir más de lo permitido. El abuso por parte de los publicanos era la plaga de la sociedad de aquella época. Los soldados no pueden hacer extorsión a nadie o denunciar falsamente, deben contentarse con el salario.
Cuando Lucas escribe, hacia los años ochenta, todavía había mucha gente que pensaba que Juan fuese el Mesías (cf. Act 19,3; 13,15). Lucas cita las mismas palabras de Juan para ayudar a los lectores a colocar la persona de Juan en el conjunto de la historia de la Salvación.
La diferencia entre Jesús y Juan está en el don del Espíritu que será dado a través de Jesús. Lucas muestra que la idea que Juan tenía del Mesías no era completa: Para Juan, el Mesías sería un juez listo para comenzar un juicio, una condena (Lc 3,17). Quizás por esto Juan, más tarde, tuvo problemas en reconocer a Jesús como el Mesías (Lc 7,18-28), porque Jesús no se comportaba como un juez que condenaba. Antes bien, llegó a decir: “Yo no condeno a ninguno” (Jn 8,15); 12,47). En vez del juicio y condena mostraba acogida hacia los pecadores y comía con ellos.