"Abrid las puertas": Jueves de la 1 Semana de Adviento
De la primera lectura (Isaías 26,2): “Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti”. Del Salmo responsorial (Sal 117, 19-20): “Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella”. Del Evangelio (Mt 7, 21): “No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”.
STUDIUM:
Las puertas de una ciudad tenían un valor muy importante para las culturas antiguas. Las puertas eran no sólo el lugar por dónde se entraba y se salía de la ciudad y parte fundamental de su sistema de defensa sino también el espacio donde se reunía el pueblo para conversar, para hacer negocios o para administrar justicia.
Las puertas, muchas veces de dimensiones importantes, representan el poder de una ciudad, su capacidad de defensa. Como lugar de encuentro son igualmente símbolo de unidad. Entrar por las puertas de una ciudad significa ser acogido y ser parte de un grupo, sentirse en seguridad. Así también los peregrinos que suben a Jerusalén, cuyas puertas Dios mismo ha asegurado porque las ama especialmente (cf. Sal 86, 2 y 147,2), experimentan misteriosamente su presencia en el templo donde mora su Nombre.
Ciertamente no basta atravesar estas puertas si no se busca verdaderamente al Señor y no se practica la justicia. Es inútil fortificar las murallas, porque es el Señor quien da la paz. Más aún, con audacia Isaías invita a abrir las puertas, porque de todas las naciones Dios hará un pueblo justo que adorará al Señor en fidelidad.
Muchos otros textos de la Biblia utilizan esta imagen: Al manifestar su misericordia Dios abre las puertas del cielo (Gen 28, 17) o, según la expresión de los Hechos de los Apóstoles para expresar la universalidad del designio de salvación, "Dios ha abierto a los paganos la puerta de la fe" (He 14, 27; ver también I Cor 16, 9; II Cor 2, 12; Col 4, 3).
En Cristo se abren definitivamente los cielos (cf. Mt 3,16; Jn 1, 51) porque Él es la puerta: "quien entra por mi se salvará" (Jn 10, 9).
MEDITATIO:
La puerta de la fe que introduce a la vida de comunión con Dios y nos incorpora a la Iglesia está abierta para cada uno de nosotros. Atravesamos ese umbral cuando escuchamos la Palabra de Dios, la acogemos en el corazón y nos dejamos transformar por ella. Cruzar esa puerta significa nacer a una nueva vida, fruto de la muerte y la resurrección de Jesús, que al comunicarnos su mismo Espíritu nos permite llamar a Dios Abba, Padre.
La puerta cerrada es imagen de nuestra impotencia, de nuestra incapacidad de acoger la gracia del Señor. Tantas veces experimentamos que no sabemos o no podemos abrir. Para esconder nuestros miedos y defendernos de lo que nos amenaza multiplicamos protecciones, levantamos murallas y ponemos cerrojos. Lo vemos en todos los niveles, en las relaciones personales, en las comunidades, entre los pueblos.
Nuevamente la Palabra de Dios resuena hoy con toda su fuerza. ¡Abramos las puertas! ¡No tengamos miedo! ¡Confiad siempre en el Señor! No se trata de clamar: ¡Señor, Señor! (cf. Evangelio) para suprimir la espera y satisfacer nuestras expectativas inmediatas y deseos superficiales. Abrir la puerta significa saber esperar, aprender a vivir en el silencio y en paciente vigilancia.
Más todavía, como lo recuerda Jesús en el Evangelio, "entrar" no es una cuestión de palabras o gestos externos, sino que implica una obediencia muy concreta a la voluntad del Padre. De esta manera nos constituimos en su verdadera familia: todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mt 12, 50).
Al atravesar la puerta descubrimos que no estamos solos. Son muchos quienes integran ese pueblo justo, que observa la lealtad, porque confía en Ti. ¡Cuántas hermanas y hermanos nos preceden y acompañan en este camino! Pero son muchos también los que dudan y desfallecen y necesitan el consuelo de este canto de esperanza.
Unámonos a la súplica y a la acción de gracias: Tenemos en Sión una ciudad fuerte: el Salvador ha puesto en ella murallas y baluartes; abrid las puertas que con nosotros está Dios (Ant. Laudes Domingo II).
ORATIO:
Nos detenemos un instante en el camino del Adviento de este Año de la Misericordia y del Jubileo de la Orden:
- para alabar al Señor por el don de la fe, que nos ha abierto las puertas de la vida cristiana; - para darle gracias por este pueblo justo que observa la lealtad; - para expresar nuestra confianza en Él, que es la Roca, y renovar nuestro propósito de escuchar sus palabras y ponerlas en práctica; - para reavivar nuestro deseo de paz y pedir: Señor, danos la salvación.
CONTEMPLATIO:
"El alma tiene su puerta, a la que viene Cristo. Ábrele, pues; quiere entrar" (San Ambrosio).