DOMINGO DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO, Año B, por Julio González, S.F.
Isaías 63,16b-17.19b;64,2b-7
Salmo 79: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve
1 Corintios 1,3-9
Marcos 13,33-37
Al comienzo del Adviento
La primera lectura se hace eco de unas experiencias que son propias del tiempo de Adviento. El creyente se siente débil, sorprendido de lo que ocurre a su alrededor y en su interior, confundido. Durante el Adviento algunas certezas y seguridades se tambalean. Es normal que nuestra fe pase por este período de prueba. En realidad, la fe del creyente no se pone en entredicho por la "duda", normal por otra parte durante el adviento, sino por el "temor" y el "miedo" a que nos saquen del nido doctrinal, existencial, intelectual, en el que nos hallamos. El Adviento es un tiempo para percibir y reconocer la debilidad y el pecado que existe dentro de nosotros.
Solamente el humilde reconoce abiertamente sus debilidades y pecados; de hecho, es más fácil señalar las faltas y los errores de los demás. Pues bien, la persona que entra en un tiempo de Adviento reconoce sus pecados y la incongruencia de continuar viviendo como hasta ahora venía haciendo.
El sentimiento de pecado, arrepentimiento y pesar -tan ligado a la espiritualidad del Adviento- está muy presente en la vida de la persona creyente. A veces, este sentimiento se traduce en perplejidad: "¿Por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?", le dice el creyente a Dios.
La persona de fe puede incluso dudar de la presencia de Dios en su vida, debido a que ahora es más consciente del vacío espiritual y moral en el que vive: ¿Cómo es posible que Dios lo permita?
Esta situación de debilidad y perplejidad engendra un sentimiento de rebeldía interior que no está reñido con la fe sino todo lo contrario: me refiero al deseo de Dios, de verlo, de encontrarse con El, de tocarlo, amarlo y sentirse amado por El.
El deseo de Dios:
"¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!"
Durante la primera semana de Adviento es muy importante identificar nuestros deseos. Debo preguntarme: ¿Qué me saca de mi indiferencia y ensimismamiento? ¿Qué me hace vibrar? ¿Qué me motiva?
Debo responder a estas preguntas con sinceridad y siendo realista. La persona de fe no debe avergonzarse de lo que descubre en su listado de deseos y motivaciones porque, lo más importante en este momento, es que despertemos en nosotros el deseo, la sed de Dios.
Sin un agudo y acuciante deseo de Dios, nos quedamos a las puertas del Adviento pues es el deseo de Dios y la búsqueda de ese encuentro lo que hace del Adviento un tiempo de renovación y transformación interior.
Ahora podemos entender mejor el ímpetu y la urgencia del creyente que exclama: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!" Ese impetu, esa urgencia, es la fe/deseo que mueve al creyente a iniciar la peregrinación del Adviento.
Tiempo de grandes expectativas y formación:
"Señor, nosotros al arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano"
El Adviento vuelve a descubrirnos que nuestra vida es una continúa trans-formación. Dios se despoja de su condición divina para hacerse hombre y algunos de nosotros debemos despojarnos de nuestra imagen falsa (autoengaños) para descubrir la presencia de Dios.
Por este motivo, el Adviento es un tiempo de intensa formación, de vaciarnos de nuestro orgullo, prejuicios y falsas seguridades, para que Dios pueda reconocer su imagen entre nosotros.
La penitencia del Adviendo no es como la penitencia cuaresmal. De lo que se trata ahora es de que descubramos la "estrella" que nos guía hacia Dios, mientras que durante la Cuaresma confesaremos las veces que nos hemos apartado de la compañía del Señor.
Pero para dejarnos guíar por la estrella que Dios pone ante de nosotros debemos dejar de prestar atención a otras muchas estrellas que se cruzan en nuestro camino. Esto nos hace sufrir porque queremos abarcarlo todo; por eso, el Adviento es también una oportunidad para desprendernos de las imagenes falsas que nos hemos hecho de Dios. Sólo así podremos reconocerle entre nosotros.
La imagen que emplea el profeta Isaías para referirse a este tiempo de formación, además de ser muy elocuente, es bellísima: "Nosotros somos la arcilla y tú el alfarero: somos obra de tu mano".
¡Vigilad y velad!
Para el creyente que acoge el mensaje de la lectura del Antiguo Testamento no será difícil encontrar sentido a lo que Jesús dice en el evangelio de hoy: "¡Vigilad y velad!" "Lo digo a todos:velad¡" Jesús hace hincapié en que sus palabras van dirigidas "a todos".
Podemos pensar que Jesús se dirige a los más jóvenes porque a esa edad todos parecemos muy desorientados, pero Jesús se dirige a sus discípulos y a todos, porque somos los creyentes los que a veces hemos creído que no necesitamos de los demás descubrir la presencia de Dios entre nosotros.
Cuántas oportunidades hemos desperdiciado. Esta falta de atención es más fácil que la notemos en los demás; pensamos: "¡¿Será capaz de no darse cuenta?!"
El Adviento es un tiempo para enfocar la mirada, establecer prioridades, purificar las intenciones, concentrarse en lo que realmente nos hace falta y deshacerse de todo lo demás. Entonces, la actitud de velar en lugar de sentirse como un sacrificio se aprecia por lo que tiene de positivo.