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LOS ORÍGENES DEL ADVIENTO

— A partir del siglo IV

Es difícil de determinar con exactitud el origen del Adviento, pero sabemos que el término adventus era ya conocido en la literatura cristiana de los primeros siglos.

La traducción latina Vulgata de la Sagrada Escritura (siglo IV) designó con el término adventus la venida del Hijo de Dios al mundo, en su doble dimensión de advenimiento en la carne (encarnación) y advenimiento glorioso (parusía).

Ambos significados se encuentran a lo largo de la historia del tiempo litúrgico del Adviento, aunque el sentido de “venida” cambió a “momento de preparación para la venida”.

Desde finales del siglo IV y durante el siglo V, cuando las fiestas de Navidad y Epifanía iban cobrando una importancia cada vez mayor, en las iglesias de Hispania y de las Galias se empieza a sentir el deseo de consagrar unos días a la preparación de estas celebraciones.

Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de la celebración del Adviento la encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza (año 380): “Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la iglesia, sino que debe acudir a ella cotidianamente” (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II, Berlín, 1893, 13-14).

El tiempo del Adviento fue uno de los últimos ciclos que entraron a formar parte del año litúrgico (siglo V).

— Tiempo de penitencia

Los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos informan de unas observancias previas a la celebración de la Navidad. San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) escribe sobre tales observancias una simple referencia. Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes “deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días”.

El canon 9 del Concilio de Macon ordena a los clérigos, y probablemente también a los fieles, que “ayunen tres días por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde la festividad de San Martín hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma” (Mansi, IX, 796 y 933). Según estos textos el tiempo de adviento tuvo en sus orígenes un carácter penitencial y ascético.

Las primeras noticias sobre la celebración del tiempo litúrgico del Adviento son de mediados del siglo VI y proceden de la iglesia de Roma. Este Adviento romano tenía al principio seis semanas aunque durante el pontificado de Gregorio Magno (590-604) se redujo a cuatro.

— Doble espera

El significado teológico original del Adviento presenta varias interpretaciones. Algunos autores consideran que, bajo el influjo de la predicación de Pedro Crisólogo (siglo V), la liturgia de Adviento preparaba para la celebración del nacimiento de Cristo y sólo más tarde –-a partir de la consideración de consumación perfecta en su segunda venida– su significado se desdoblaría incluyendo la espera gozosa de la Parusía.

Hay también partidarios de la tesis contraria: el Adviento comenzó como un tiempo dirigido hacia la Parusía, esto es, el día en que el Redentor coronará definitivamente su obra. En cualquier caso, resulta difícil atribuir uno u otro aspecto a las lecturas escriturísticas o a los textos eucológicos de este tiempo litúrgico.

El calendario romano actualmente en vigor conserva la doble dimensión teológica que constituye al Adviento en un tiempo de esperanza gozosa:

“El tiempo de Adviento tiene una doble razón de ser: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios, y es también el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre” (Calendario Romano, Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, 39).

FUENTE: primeroscristianos.wordpress.com

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