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Lc 1,57-66

“¿Qué va a ser este niño?”

Va a ser un niño –“el más grande nacido de mujer” (Lc 7,28), que, aunque biológicamente sea hijo de Isabel y Zacarías, espiritualmente –y hago hincapié en lo “espiritual”, refiriéndolo al Espíritu- este niño es hijo de Dios más que de sus padres biológicos, ya ancianos e Isabel, además, estéril. Este niño es un milagro.

De tal forma lo entendieron así sus padres que, cuando sus parientes, amigos y conocidos, en la circuncisión, había que imponerle el nombre, y, espontáneamente, lo llamaban Zacarías, como su padre, interviene primero Isabel diciendo: “¡No! Se va a llamar Juan”. Nombre que su padre Zacarías ratificó al ser preguntado: “Juan es su nombre”.

Sus padres sabían –aunque Zacarías arrastrara todavía las secuelas físicas de la duda- que aquel niño era un regalo de Dios, con una misión única en la historia de la humanidad. No podía, por tanto, llevar un nombre familiar, normal y tradicional, cuando allí todo era espiritual y sublime. “Se llamará Juan”. Y su misión será la de señalar con el dedo a la persona de Jesús como el Mesías esperado. Para esto, lógicamente, no sirven ni siquiera los nombres tradicionales y familiares. Todo es nuevo, “porque la mano de Dios estaba con él”.

“Juan y Herodes”

“La mano de Dios estaba con aquel niño”, y siguió estando cuando se hizo mayor, convirtiéndose, en palabras del Profeta Malaquías, en el siglo V antes de Cristo, en el “mensajero que prepara el camino del Señor”. Juan fue el heraldo que clama en el desierto, el testigo de la luz, la voz que proclama la conversión, la palabra que anuncia la llegada del Mesías, el Maestro que escoge un grupo de discípulos fieles que él se encargará de encaminarlos hacia “el que había de venir” y él testificaba.

Herodes es la antítesis de Juan. Lo fundamental para Herodes no era la verdad, ni la transparencia, ni la coherencia; sino el trono y su mantenimiento al precio que fuera. Herodes conocía a Juan, sabía de su rectitud y autenticidad y lo estimaba y escuchaba con gusto. Pero no le hacía caso. Amaba mucho más su bienestar, tal como él lo entendía, junto con el poder que le proporcionaba el cargo y puesto que ostentaba.

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