por José María Blanquet, S.F.
El carisma nazareno de san José Manyanet y de los Hijos de la Sagrada Familia es "ser familia" pero no, evidentemente, en el sentido común del término, pues ni nos casamos, ni tenemos hijos, ni establecemos un hogar. Nuestro carisma nos llama a ser familia según el modelo propuesto por Dios en la creación "desde el principio" y que fue realizado de un modo perfecto por la Familia de Jesús, María y José.
Desde el principio Dios reveló al hombre las características de su modo de ser familia, inherentes en su misma creación a imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, quienes son familia. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se constituyen como familia por sus relaciones personales y por la íntima comunión de vida y de amor que nace de la entrega total y recíproca que hacen de sí mismos.
En el sentido en que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la Trinidad celestial, y Jesús, María y José, la Trinidad terrena, son "familia", la humanidad en general y nosotros por un nuevo título estamos llamados a ser familia.
Raíces remotas de nuestro carisma
Las raíces remotas de nuestro carisma se encuentran en las primeras páginas de la Biblia:
"Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios los creó; macho y hembra los creó" (Gn 1,27).
En este acto constitutivo del hombre, se descubre una "alianza primordial", un vínculo inmediato entre Dios y el hombre en cuanto hombre. Dios se pone en contacto con el hombre en una relación de pura libertad y le llama a la comunión plena con Él, a participar de su vida, de su sabiduría y de su amor.
Por parte del hombre se instaura con Dios una relación de dependencia pero al mismo tiempo de libertad, porque al ser que Dios le ha dado le es inherente la dignidad de ser persona. Esta es la "alianza primordial" o fundamental que caracteriza la relación entre Dios y el hombre en su dimensión más radical (el hombre querido por Dios como un don para darse).
Signo real y expresivo de esta alianza es la duplicidad de la "imagen de Dios": varón y mujer, llamados a su vez a ser cada uno de ellos un don para el otro y a formar una sola carne en la "alianza conyugal".
Si las únicas razones que mueven a Dios a crear son la gratuidad y la voluntad de querer participar su vida a otros, especialmente al hombre, hecho capaz de conocerle y amarle, el amor conyugal, "al principio", está llamado a su vez "a ser vida" y a generar la vida.
El hombre y la mujer son constituidos colaboradores (co-operadores) en la obra creadora de Dios y en su realización mas sublime: dar vida a otras "imágenes de Dios", responsabilizándose de hacerlas en todo "semejantes a Dios" por medio de la educación. Es esta la misión que da plenitud a la alianza conyugal en cuanto "comunión de vida y de amor", porque desde el principio está llamada a ser familia "a imagen y semejanza de Dios".
Después de la creación de la familia humana a imagen de Dios, la primera pareja —símbolo y representación de "toda nuestra familia"— pecó al faltar en el amor al creador por su desobediencia. A causa de este pecado de origen quedan ya introducidas en nuestra familia humana la discordia y la envidia con todas sus ramificaciones y consecuencias.
Para remediar esta trágica situación en que se encuentra la primera pareja, al tiempo señalado, Dios interviene en su historia y, llamando a Abraham establece en él su alianza para que con él sean benditas todas las familias del mundo. Dios quiere que la institución familiar, así como es transmisora de esta situación desgraciada, sea también el vehículo de transmisión de la promesa.
Por eso, Dios llamó a Israel, eligiéndole de entre todos los demás pueblos, para que fuese "su pueblo". Esta conciencia de pueblo escogido se deja ver a lo largo de todo el Antiguo Testamento (Exodo, Levítico, Deuteronomio, etc.) y es el fundamento de la historia del pueblo de Israel, su razón de ser como pueblo. Israel tiene experiencia de un Dios cercano, que lo libra, lo salva, lo instruye, lo conduce, un Dios que lo ha elegido y se ha dado a conocer, prometiendo su presencia entre todos los israelitas.
Pero la formación de este pueblo escogido como familia de Dios fue laboriosa y lenta. Dios les fue comunicando y haciendo comprender su llamada, identidad y misión, poco a poco, a base de una ley, disciplina, sacrificio, particularmente durante los cuarenta años de desierto, pero sobre todo con tiempo, años y años. Dios probó su paciencia con la formación de su familia.
De hecho, Israel fue olvidándose de este amor con que Yahvé le había favorecido. Sobrevino con la prosperidad, la idolatría practicada de forma escandalosa por los mismos reyes israelitas. Y junto a la idolatría también la de la injusticia social por parte de los más poderosos. Cayeron así, de un modo generalizado en Israel los dos preceptos básicos de la ley: "Amarás a Yahvé con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo".
El profeta Oseas vivió en propia carne esta desconcertante experiencia de Yahvé con respecto a Israel e intuyó la nueva Alianza definitiva que Dios quería instaurar con Israel a pesar de su infidelidad y pecado enviando a su Hijo amado: "Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tu conocerás a Yahvé" (Os 2:21-22).
Esta intuición será repetida y explicada con más profundidad, si cabe, por profetas más importantes como Jeremías, Isaías y Ezequiel, que describirán también la Nueva Alianza con símbolos nupciales. Israel suele ser llamada la "Hija de Sion", bajo una óptica femenina, que asume estas tres imágenes tan sugestivas:
– Israel, la esposa de Yahvé (Is 54:5) – Israel, madre (Is 60:4-5) – Israel, esposa virgen (Jr 31:3-4)
Fuente: El Educador Laico en los Colegios del Padre Manyanet, Josep Roca (2014), págs. 37-38
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