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Fiesta de la Sagrada Familia, Año C

1Samuel 1, 20-22.24-28: Nacimiento y consagración de Samuel

Como otras mujeres bíblicas, Ana era estéril (Raquel, la madre de Sansón, Isabel, madre del Bautista). Su esposo, la trata con cariño y comprensión: “Elcaná su marido le decía: «Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?” (1Sam 1,8).

Ana, como toda mujer israelita, considera la esterilidad como un castigo, su único consuelo y esperanza la encuentra en la oración: “Estaba ella llena de amargura y oró a Yahvé llorando sin consuelo, e hizo este voto: ¡Oh Yahvé Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahvé por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza.” (1Sam 1,10-11). Será un nazir, un consagrado a Yahvé.

Ana, recibe los reproches del sacerdote Elí, que desconfía de su actitud, pero viendo su humildad y sinceridad, finamente reconoce el signo de Dios obrado en ella, lo que indica que su oración había ido escuchada por Dios.

Samuel sirve a Dios en el templo, desde su muy temprana edad. Pertenecía a la tribu de Efraím, era el tiempo en que todavía el sacerdocio, no pertenecía en forma exclusiva a la tribu de Leví (cfr.1 Sam.7, 9; 9,13; 2,18), si bien ejerció su sacerdocio más por su ministerio profético y su función de juez. Samuel protagoniza el paso de la política tribal a la monarquía.

1 Juan 3,1-2. 21-24: Vivir como hijos de Dios

San Juan invita a los cristianos a remontarse a las fuentes últimas y prístinas del amor que es Dios, fuente que mana y corre, por los caminos de la fe teologal. ¿Cuál es la ventaja del cristiano, por permanecer en Cristo, en la fe recibida desde el principio? El día del Juicio final, ellos podrán permanecer tranquilos, delante de Cristo Jesús.

El gran trasfondo de esta realidad es el amor de Dios que ha hecho posible la filiación divina. Verdaderamente somos hijos de Dios. Por este nuevo nacimiento, el Espíritu ha creado una realidad nueva en el cristiano, lo que posibilita una estrecha comunión con Cristo.

Todo esto no es obra del esfuerzo humano, sino de la gracia y amor infinito de Dios. Para san Juan permanecer en Cristo es permanecer en Dios guardando sus mandamientos: creer en Cristo Jesús y amarnos como hermanos.

En síntesis, es justo quien practica la justicia y vive del amor de Dios, que alimenta el amor al prójimo; quién cumple con esto nada debe temer en el día de la manifestación de Cristo Jesús al final de los tiempos.

Lucas 2, 41-52: Jesús entre los doctores de la Ley

El evangelista Lucas nos presenta a Jesús en el templo de Jerusalén a los doce años con los doctores de la Ley. Quizás más que una narración histórica encontramos una narración teológica, centrada no tanto en el drama que provoca su desaparición, sino en la sumisión de quien quiere a tan tierna edad hacer las cosas de su Padre.

El evangelista contemplar a Jesús sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándoles y preguntándoles (v. 46), basado en el sistema de preguntas y respuestas propio de la catequesis judía del tiempo. Su actitud es la de quien está interesado en escuchar acerca de Dios pero la sorpresa es que Jesús no sólo escucha sino que responde y expone como maestro mientras que los que le escuchan se admiran por su inteligencia (v.47). Más tarde, el evangelista dirá que Jesús enseñaba con autoridad, lo que en la muchedumbre que le escucha causa estupor (cfr. Lc.4,32).

La llamada de atención de María y José, no es otra cosa que la manifestación de su falta de comprensión ante algo que supera la comprensión humana. El auténtico cristiano vive de la admiración de lo que la fe le revela. Quien no vive admirado o se escandaliza de lo que Jesús dice y hace, no cree en Jesús, así de claro.

En las palabras de María se siente la angustia de unos padres que pierden por tres días a su Hijo (v. 48). La repuesta de Jesús: “¿Por qué me buscabais?” (v. 49), lleva a sus padres y al cristiano a entrar en el misterio de filiación divina de Jesús.

“¿No sabías que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?” (v.49) también puede traducirse como “¿No sabías que debía ocuparme de la casa de mi Padre?” La primera opción manifiesta mejor la intención de Lucas pues resalta la cercanía de Jesús con el Padre. La segunda su talante reformador y salvífico porque el templo (casa del Padre) es donde se enseña y escucha su palabra.

A los doce años, Jesús se convertía en hijo del precepto, es decir, en mayor de edad y responsable de su fe religiosa. Jesús revela entonces su persona y destino. El cristiano, como María, si bien no comprendiendo todo, conserva estas cosas en su corazón y las medita (v. 52; cfr. Lc. 2,19).

María pasa de la admiración a caminar en fe descubriendo en ese Hijo suyo, el misterio de Dios escondido. Esta experiencia de los padres de Jesús es la de todos los padres de familia: los hijos son un don de Dios, el proyecto de su vida no les pertenece, es una persona distinta de ellos y no le pueden imponer un destino.

La experiencia de José y María es la misma del cristiano que ha de encontrar a Jesús en la Casa del Padre. La pastoral familiar debe ayudar a los padres a descubrir en cada hijo el misterio de Dios vivo, convirtiendo su hogar en una Iglesia doméstica, “domus ecclesiae”, para que crezcan en sabiduría, estatura y gracia (cfr. Lc.2, 52).

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