Noche Buena: Misa de medianoche
• Ha aparecido la gracia de Dios, el pueblo que vivía en tinieblas vio una gran luz
Sobre el fondo de las dos primeras lecturas, Lucas en el evangelio nos sitúa en el marco histórico del nacimiento de Jesús. El relato es simple, pero lleno de matices teológicos con una clara intención de anuncio misionero.
El relato evangélico de esta noche santa, la Nochebuena, tiene tres momentos. En primer lugar, señala un hecho histórico el nacimiento de Jesús, para pasar después a centrase en el anuncio de los ángeles a los pastores y, finalmente, se cierra con el mensaje de esta noche santa ante el portal de Belén: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Comienza el evangelio situándonos en un tiempo y un lugar concretos de la historia de la humanidad, dándonos los datos sobre el momento actual del mundo conocido. Esto es importante, Jesús no es un mito o una creación de los primeros cristianos. El emperador Augusto quiere hacer un censo de su Imperio. Necesita controlar sus dominios. Como a tantos gobernantes le preocupa más comprobar su poder y sus finanzas que el bien de sus súbditos. Este decreto es el motivo que obliga a María y a José a salir de su tierra Nazaret y ponerse en camino hacia Belén, la ciudad de David, lugar de su linaje.
En este relato del nacimiento de Jesús, como tantas veces, llama la atención el contraste entre los planes de Dios y los proyectos humanos, a veces tan distintos, todo ello pone de relieve la fuerza de la gracia de Dios que se realiza a pesar de nuestra pobreza. María y José son el retrato perfecto de la aceptación de la voluntad de Dios, por eso simplemente se ponen en camino, no temen los inconvenientes del momento que viven, el que no haya sitio en la posada, tampoco el buscar cobijo en una pobre cueva para acoger a su hijo que está a punto de nacer. Los sostiene únicamente la fuerza de su fe.
• “Y mientras estaban allí le llegó a María, que estaba encinta, el momento del parto”
De esta forma tan sencilla nos dice el evangelista Lucas que Dios se hace hombre, toma nuestra condición humana. San Juan nos dirá que Dios acampa entre nosotros al hacerse presente en el mundo y el apóstol Pablo, añadirá años después, “pasando a ser como uno de tantos”. Su presencia pasa desapercibida para los grandes de la tierra, los pastores, los sencillos, los limpios de corazón son los que descubren la presencia del Niño Dios que los ángeles anuncian en medio de la noche con una luz desacostumbrada, novedosa, que en principio los asusta, pero que trae la paz.
Los pastores, ellos van a ser los primeros portadora de la buena noticia. No eran gente importante, representa a la gente pobre, sencilla, y es que una vez más, el Señor busca para realizar sus planes a los sencillos y humildes, quizás porque saben reconocer su presencia, saben mirar con la mirada de un niño carente de perjuicios. También aquí hay un gran contraste que da sentido al acontecimiento. Por una parte la gloria de Dios, que envuelve a los pastores, la claridad del momento y por otro la pobreza del niño que encontrarán envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Dos aspectos contrapuestos que ponen de relieve el misterio que estamos celebrando.
• “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor “
El tercer momento de este relato es la “Señal” dada por los ángeles, un Niño necesitado, indefenso, envuelto en pañales, acostado en un pesebre que, sin embargo, va a marcar un antes y un después en la historia de la humanidad. Los ángeles anuncian la gloria de este nacimiento que los pastores escucharan asombrados… Y se llenaron de alegría.
Así, de esta manera, Dios quiere mostrarnos su amor, su cercanía, y lo hace en la humildad y pequeñez de nuestra carne, despertando a la vez nuestra capacidad de amar, tantas veces dormida, antes y ahora. Es el don de Dios que se hace presente en este niño esperando una respuesta. Por eso acoger a este niño es dejarse invadir por la ternura del amor de Dios que nos amó primero y nos ofrece la paz, la alegría y el gozo de un nuevo nacimiento, es la Navidad del Señor.
La Navidad nos está pidiendo una reflexión. Para muchos la navidad es una fiesta más al iniciarse el invierno que viene a aliviar el cansancio y la monotonía diaria del trabajo, pero son pocos los que llegan a profundizan en el misterio de esta noche. En todo el mundo parece que hay una eclosión de alegría, a veces es solo un deseo de ocultar una serie de sentimientos negativos, como son la soledad, la insatisfacción o la tristeza más profunda, por eso hay una fiebre por montar un ambiente festivo, de bullicio y alegría ruidosa en nuestro entorno. Pero los que nos llamamos cristianos no podemos contaminarnos ni dejarnos llevar por este ambiente, tenemos que llegar al fondo del mensaje navideño, que es paz y alegría interior, sin ignorar los grandes retos de una sociedad que mira con temor un futuro sin esperanza.
La alegría del evangelio, es reconocer la presencia de Dios que despierta una capacidad de amar que no es nuestra, sino fruto del Espíritu. Por eso, vivir la paz y la alegría propias de estos días es reconocer que el Señor nos ama y cuenta con nosotros enviándonos a su Hijo que da consistencia y sentido a nuestra vida dentro de este mundo, que a pesar de todo, va dando pasos caminando hacia la plenitud en la realización de los valores del Reino, como nos recordó el Concilio Vaticano II.