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Bautismo de Jesús: "Vivamos como hijos"


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Celebramos este Domingo el Bautismo de Jesús y con esta fiesta cerramos el cicló navideño. El texto, breve, refleja un momento trascendental en la vida de Jesús y en la revelación de nuestra fe, pues estamos ante una de las escasas Teofanías (revelación de Dios) de la Trinidad.

Paradójicamente, un hecho tan misterioso tiene un contexto histórico y geográfico muy preciso: en el Jordán, vino de Nazaret, de Galilea…Desde los inicios sabemos que la nuestra es una fe encarnada en el mundo y en la limitación humana…para trascenderla dándole sentido.

Los personajes: Juan, popular y admirado, y Jesús, un lugareño desconocido. En el tiempo en que Marcos escribe eran aún muchos los seguidores de Juan y había una cierta discusión de fondo sobre quién era mayor, Juan o Jesús. Marcos pone en boca de Juan la superioridad de Jesús. Pero la superioridad de Jesús consiste en abajarse. En el texto está implícito el verbo “bajar” porque a un río se baja. Pero aún más: Jesús se pone en la cola de los pecadores puesto que el bautismo es, por definición, un rito de purificación.

Jesús baja y el Padre lo enaltece. Baja para ser subido. Ese “salir del agua” implica un movimiento ascendente pues los bautismos eran siempre por inmersión. Y ene se momento se revela la Trinidad. El Espíritu se posa sobre Jesús. De forma suave, como se posa suavemente una paloma. Es la suavidad del Espíritu, que no está ni en las tormentas ni en los truenos, sino en la brisa suave, lo que describe, con una imagen, el evangelista: con la misma delicadeza con que se posa una paloma se posó el Espíritu sobre Jesús. Pero además la paloma nos remite a la que vuelve al arca de Noé después del diluvio, cuando tras tanto pecado, Dios sanea el mundo con las aguas y comienza una nueva creación.

Así lo entendemos los cristianos: con el Bautismo de Jesús- y con el nuestro- comienza una nueva humanidad, una nueva creación.

La voz del Padre. El Padre revela la identidad de Jesús: Él es el Hijo, el Hijo amado. Necesitamos ponernos frente a Dios para que nuestra propia identidad se nos revele. Jesús, plenamente humano, también fue tomando conciencia de su identidad y su misión lenta y progresivamente. Y este es el momento en que se revela en plenitud. Sólo cara a cara con Dios podré ir descubriendo que también a mí me llama hijo/a y que también soy amado/a.

Los cielos rasgados es una imagen preciosa para indicar que con la humanidad del Hijo de Dios ya no hay fronteras ni divisiones entre Dios y la persona. Dos mundos se encuentran en Jesús. Lo que llamamos “cielo”, y a veces aún seguimos considerando lejano está, desde Jesús, asomando cada día por mi puerta. El cielo, ámbito de Dios, está vibrante en mi corazón. Cielo y Tierra se han fundido en una sola realidad que es, además, Familia.

Vivamos como Hijos.

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