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De las reliquias de los Reyes Magos en la Catedral de Colonia, por Luis Antequera

La historia comienza en la famosa expedición a Tierra Santa de Santa Elena, la madre cristiana del Emperador Constantino, en busca de las primeras reliquias del cristianismo. No se conocen bien los pormenores, pero el hecho es que las de los Magos de Oriente que visitaron a Jesús en Belén, se dan por aparecidas en la ciudad de Saba, desde donde se trasladan a la capital imperial, entonces Constantinopla. Allí permanecerán unos tres siglos, hasta que el obispo San Eustorgio las traslada a Milán, emplazándolas en la iglesia que será conocida como de San Eustorgio.

E1 1164, el Emperador Federico Barbarroja, después de saquear la gran ciudad del norte de Italia, accede a la petición de Reinaldo de Dassel, obispo de Colonia, y envía las reliquias a la ciudad de su diócesis.

Hacia 1181, el orfebre Nicolás de Verdún empieza a trabajar en la que será la gran obra de su vida, el Dreikönigsschrein o Relicario de los Tres Reyes, una pieza de orfebrería realizada en oro macizo, esmaltes y joyas, de incalculable valor, decorada con escenas bíblicas, tanto vetero como neotestamentarias, entre las cuales, naturalmente, la adoración de los Magos de Oriente que, como se sabe (pinche aquí si le interesa el tema), recoge Mateo y sólo Mateo (ver Mt. 2, 1-12), y de proporciones gigantescas: 2,20 metros de largo, 1,10 de ancho, 1,50 de alto y 350 kilos de peso. Nicolás trabaja en él más de veinticinco años, hasta su muerte en 1205, aunque aún han de pasar otros veinte años hasta estar completamente finalizado.

En 1199, el también emperador Otón IV dona las tres coronas de oro que destinadas a los Magos de Oriente figuran hoy en el escudo de armas de la ciudad, y en 1248 comienzan las obras de la magnífica Catedral de Colonia, una de las más excelsas manifestaciones del gótico, para albergar las reliquias, que quedan emplazadas detrás del altar. No ha de ser el único tributo que rinda la catedral a los entrañables Reyes Magos, cuya presencia rezuma por todos sus rincones: así la maravillosa vidriera y el increíble retablo de “La adoración de los Reyes”, de Stephan Lochner.

Fuente: religionenlibertad.com

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