Hemos de agradecer la purificación de nuestra alma de la mancha del pecado original y de cualquier otro pecado si lo hubo, en el momento de recibir el Bautismo. Todos los hombres somos miembros de la familia humana que en su origen fue dañada por el pecado de nuestros primeros padres. Este «pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por “propagación”, no por imitación, y se halla como propio en cada uno».
Jesús dotó al Bautismo de una eficacia para purificar la naturaleza humana y liberarla de ese pecado con el que hemos nacido. El agua bautismal significa y opera de un modo real lo que el agua natural evoca: la limpieza y la purificación de toda mancha e impureza».
«Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo: no se te ocurra —nos exhorta San León Magno— ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo».