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De los Reyes Magos: un poquito de historia, por Luis Antequera

Entre los más entrañables personajes de cuantos pululan por el Nuevo Testamento se hallan, sin lugar a dudas, los que todos conocemos hoy día como los tres Reyes Magos, a saber, Melchor, Gaspar y Baltasar, los encargados de convertir en realidad muchos de los más insólitos sueños de nuestros pequeños. La pregunta es,

¿cuáles son las fuentes en las que bebe el conocimiento que hoy día tenemos de tan enigmáticos monarcas?

Pues bien, lo primero que se ha de decir sobre nuestros personajes es que de los cuatro textos evangélicos, uno de ellos, y sólo uno, ojo, recala en su figura: se trata del de Mateo. La reseña que Mateo nos ofrece de los personajes en cuestión es, por lo demás, sumamente escueta:

“Unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén”. (Mt. 2, 1).

Lo que sigue es un relato de apenas dos párrafos, poco más de doscientas palabras, en los que se narran las circunstancias que envolvieron su visita a la capital de Judea, -su entrevista con Herodes, su presentación ante Jesús, la matanza de inocentes que siguió a dicha visita, su regreso a casa eludiendo al rey judío por expresa indicación de un ángel-, pero nada más que pueda aportar pista alguna en lo relativo a sus personas.

¿Quién dijo pues que eran tres, quien dijo que eran reyes, quien nos informó de sus nombres, quien de que uno de ellos era negro, y de tantas y tantas cosas como forman parte hoy día del imaginario cristiano en lo que a los reales personajes concierne?

Desde luego, eran magos (del persa “magù”, y de éste el griego “magos”), porque de eso -y sólo de eso- sí nos informa taxativamente Mateo, unos magos del tipo de los que menciona el historiador griego Herodoto (n.484-m.425 a.C.), a saber, sacerdotes de las religiones pertenecientes a la familia del mazdeísmo y zoroastrismo practicados en Persia desde el s.V a.C. y todavía en los tiempos en los que nace Jesús.

Antiguo Testamento

Para incorporar a esta condición sacerdotal originaria la de una estirpe real que los convierta en magos-reyes, no nos basta pues el texto de Mateo, y no tenemos otro remedio que sumergirnos en las procelosas aguas del Antiguo Testamento, más concretamente en el colosal cuerpo profético construido por Isaías, esencial para entender los aditamentos de los que vendría revestida la figura del mesías que esperaban los judíos. Pues bien, en el antiquísimo Libro de Isaías leemos:

“Reyes serán sus tutores [los del mesías, debemos entender] y sus princesas nodrizas tuyas. Rostro en tierra se postrarán ante ti, y el polvo de tus pies lamerán” (Is. 49, 23).

Texto que los exégetas cristianos tienen poca dificultad en hacer corresponder con los personajes que nos ocupan aquí, añadiendo a la sacerdotal una condición regia cuya creencia consta en la comunidad cristiana desde tiempos muy remotos, como atestigua el temprano autor Tertuliano (n.h.155-m.h.222), quien en su obra Contra Marción (3, 13), denomina reyes (fere reges, de estirpe real) a los personajes en cuestión.

Más significativo se antoja aún otro texto isaíico llamativo por las semejanzas que refleja con las circunstancias en las que se produce el nacimiento de Jesús que nos relatan los Evangelios:

“Tú entonces al verlo, te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá”. (Is. 60, 5-6)

Pasaje que si por un lado aporta una nueva figura inexistente en el relato de Mateo a la iconografía de los magos convertidos ya en reyes, la de los camellos y dromedarios que sirven a sus desplazamientos, refleja por otro una nueva coincidencia con el pasaje evangélico cuando nos explica en qué consisten los presentes que aquellos magos dejan a los pies del infante Jesús:

“Todos ellos de Saba vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh” (Is. 60, 6).

Tan similar a lo que nos relata Mateo: “Abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra” (Mt. 2, 11).

Tenemos ya a unos magos convertidos en reyes, que viajan en camellos y dromedarios y que portan unos presentes a Jesús, a saber, oro, incienso y mirra. Ahora bien, ¿cuántos son los magos en cuestión?, ¿de qué raza son?, ¿por qué hacen los regalos que hacen?, ¿cuáles son sus nombres?, ¿qué aspecto tienen?, ¿se conoce el paradero de sus restos?

A todas estas preguntas responderé gustoso al lector interesado, pero para no cansarles más por hoy, lo dejaré para mañana. Entretanto permítame, lector amigo, desearle que tenga una muy feliz noche de Reyes, con mucho roscón y sobre todo, llena de grandes presentes, los que haga Vd. y los que reciba, materiales sí, pero inmateriales también.

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