El Señor deseó ser bautizado, dice San Agustín, «para proclamar con su humildad lo que para nosotros era necesidad». Sin tener pecado alguno que purificar quiso someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban.
Al hacerse hombre se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita elegido por Dios para preparar la venida del Redentor. Juan cumplió la misión de profetizar y suscitar un gran movimiento de penitencia como preparación inmediata al reino mesiánico.
Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano que fue instituido por Jesucristo con la adquisición progresiva de sus elementos y lo impuso como ley universal el día de su Ascensión: “Me fue dado todo poder en el Cielo y en la tierra, dirá el Señor; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.